Salvador y Viktor viajan al Parque Rivera donde se esconden muchos peligros, algunos… peores que otros.
Alicia y Vladimir, se encuentran en el Museo Blanes, donde descubrirán que su leyenda es más real de lo que pensaban. Mientras Dionisio y Wendy investigan en el Castillo Pittamiglio, se enfrentan a un desafío que pone en peligro sus vidas.
Recorremos el país y sus leyendas, en este nuevo capítulo de… El misterio de cabo frío.
Museo Blanes
1
Mientras ingresaban al predio enrejado del museo de Blanes, Alicia explicaba a Vladimir la curiosa historia del cuadro de Clarita.
-Me la sé de memoria, porque Wendy me la contó decenas de veces. Es como que Clarita… es su ídola.
-¿Su ídola? ¿Un cuadro?
-No es solo un cuadro, ella existió de verdad. Y es como que representa la reivindicación de las libertades de las mujeres… Wendy sabría explicarte mucho mejor.
Un cuidador apostado en la entrada los miró de pies a cabeza, luego observó su reloj y resopló.
-No tendría que dejarlos entrar porque estamos por cerrar… -volvió a mirarlos como si estuviera cavilando la posibilidad de negarles la entrada, pero entonces se encogió de hombros y dijo con cierto desgano-: Tienen quince minutos, así que apúrense, porque cierro el museo y se quedan adentro.
Algo intimidados, los chicos asintieron y apuraron el paso. Cruzaron la entrada enrejada y se dirigieron hacia el viejo y aristócrata edificio del museo. No había mucha gente en los alrededores, apenas dos o tres turistas que se sacaban fotos entre las palmeras del patio.
Recién cuando perdieron al guardia de vista, Alicia volvió a hablar:
-Qué viejo amargo.
-Solo está haciendo su trabajo. Mejor seguí contando lo de Clarita.
La chica asintió.
-Ella fue una mujer muy liberal e independiente ya de chiquita. Hacía cosas que en la época se veían como prohibidas… como jugar los mismos juegos que los varones. Sus familiares la castigaban, pero ella insistía. Cuando tenía nueve años, fue obligada a hacer algo horrible: comprometerse en matrimonio con un poderoso empresario argentino, que la cuadruplicaba en edad.
-¿Nueve años? -se sorprendió Vladimir.
-Sí, pero recién el matrimonio se hizo efectivo cuando ella cumplió catorce.
-¡Era una nena igual!
-Era algo común en esa época. No digo que esté bien. Las familias se ponían de acuerdo entre sí y obligaban a sus hijos a casarse, sin que importara si estaban de acuerdo o no. Las chicas eran las que más sufrían. Era una época realmente muy mala para la libertad de las mujeres. Y Clarita sufrió muchísimo.
-¿Qué le pasó?
Ahora, estaban subiendo las elegantes escalinatas de mármol que conducían al interior del edificio. Frente a ellos se erigían cuatro largas columnas que sostenían un pórtico circular. La puerta era de madera oscura y tan alta como una casa. Vladimir pensó que sería intimidante ingresar al lugar de noche.
-Por empezar, su marido resultó un cretino abusador y violento -dijo Alicia-. Era borracho, y le pegaba y la violaba con frecuencia. También la obligó a abortar varias veces; pese a ello, al cabo de casi diez años de matrimonio, tuvieron tres hijos. Un día, ya cansada de tanto abuso, Clarita agarró a sus hijos, se los llevó y regresó a Montevideo. Ahí, la esperaba otro tormento, que era el de una sociedad que no veía con buenos ojos a una mujer sola y con hijos. Para colmo, Clarita empezó a salir con otros hombres, y eso avergonzó a su familia, que, junto al marido, decidió sacarle la tenencia de los hijos y encerrarla en un altillo de la casa. Ahí, murió sola y probablemente loca. Desde entonces, se dice que su fantasma quedó atrapado en esta casona, aunque eso ya es terreno de Dionisio y sus historias de terror -la chica lanzó una risita nerviosa.
Vladimir se había detenido a pocos pasos del interior del edificio. Miraba a Alicia, incrédulo.
-Un momento. ¿Me estás diciendo que este museo era antiguamente la casa donde vivía Clarita?
-¡Claro! -asintió Alicia-. Y ahí, atrás tuyo, está el famoso cuadro pintado por Blanes.
Vladimir se dio vuelta hacia el sitio donde señalaba su amiga. Y se encontró frente a frente con una pintura de aspecto ciertamente inquietante, que mostraba el rostro de una niña que parecía triste y furiosa al mismo tiempo. Sus ojos estaban cargados de angustia y de ira; sus labios estaban curvados en una especie de mueca vengativa. Vladimir entonces recordó la leyenda de aquel famoso cuadro, contada por Dionisio en algún asado de veranos anteriores; supuestamente cobraba vida por las noches, y si alguien lo cambiaba de lugar, algún acontecimiento desgraciado sucedía al poco tiempo.
-Uff, no me gustaría encontrarme con este cuadro a las tres de la madrugada -dijo acercándose un poco para examinarlo.
-No lo toques.
-¿Estás loca? No se me ocurriría tocarlo ni con un palo de escoba. Es… bastante raro. Me da una mala sensación -miró a su alrededor, a las paredes blancas en donde colgaban otros cuadros, las amplias galerías que se adivinaban detrás de unas puertas y el techo alto con algunas manchas amarillas de humedad-. En realidad, todo el lugar me da mala impresión. Como si estuviera…
-¿Embrujado?
-No quería decir esa palabra, pero sí -asintió Vladimir-. ¿Y qué se supone que vamos a encontrar acá? Es decir, las pistas nos traen al Museo Blanes, pero ¿qué hacemos ahora?
-No sé, pero si llegamos acá, es por algo. Después de todo lo que vimos no sería nada extraño presenciar algún fenómeno inexplicable. Así que sería mejor que nos separáramos, vos andá a investigar al sótano que es en donde aparentemente guardan las pertenencias de Clarita, y yo voy a buscar en la planta baja.
-¿Te parece? ¿No será peligroso?
-Estamos en un museo. ¿Qué puede pasar de malo? Dale que tenemos solo quince minutos.
-Está bien -aceptó Vladimir-. Nos vemos en un rato -antes de alejarse hacia la escalera que conducía al sótano, se volvió hacia Alicia:- ¿Es cierto lo que dijeron en el chat? ¿Que vieron una especie de bruja en el cerro Arequita?
La chica se encogió de hombros y luego suspiró.
-Mi parte racional se niega a creer lo que vimos en ese lugar. Pero algo vimos, y nos asustamos mucho. Quizás más adelante pueda encontrarle una respuesta lógica.
-Me parece bien de tu parte. Bueno, en un rato nos encontramos acá mismo.
-Ok, suerte.
-Lo mismo digo…
2
Alicia quedó sola en el enorme hall del museo. Inspeccionó las paredes en busca de algún tipo de mensaje, incluso miró los vidrios de las ventanas, pensando en aquella piedra dentro de la caverna del cerro de Arequita, que les había mostrado un triángulo que resultó ser la ubicación de un mapa. Pero no vio nada. El museo estaba silencioso. No había un alma dentro de él. Vladimir ya debía estar en el otro lado del edificio, haciendo su propia búsqueda.
Pero esos interrogantes fueron silenciados por algo que ella de repente vio de reojo, cerca del cuadro de Clarita. Se dio vuelta rápidamente, y entonces se dio cuenta, luego de un breve e inquieto examen, de que Clarita parecía haber cambiado de posición.
Pero eso por supuesto era imposible, porque en realidad Clarita era solo un cuadro pintado al óleo. Y las leyendas que lo rodeaban eran solo eso: mitos que solo podía creer la gente muy crédula.
Pensó que ella no iba a creer tan fácilmente, porque se consideraba una mente racional. Aunque también recordó lo ocurrido en el cerro, aquella mujer que se había transformado en una especie de bruja frente a sus ojos, y que la había perseguido durante un horroroso y eterno minuto dentro de la caverna.
-No -se dijo a sí misma-. No se movió. Es solo mi imaginación, que solo está sugestionada.
Decidió seguir investigando; sin embargo, al poco tiempo escuchó un ruido a sus espaldas. Y cuando se dio vuelta, vio, con incipiente inquietud, que un cuadro ubicado al lado del de Clarita (que mostraba una escena de la independencia de Uruguay) había caído al suelo, y se había mellado un borde.
Alicia miró instintivamente a su alrededor, esperando que alguien la acusara (aunque obviamente no había tenido nada que ver con el incidente); pero cuando vio que no venía nadie, se agachó para agarrar el cuadro y ponerlo en su lugar.
Y cuando observó de nuevo el cuadro de Clarita, notó, al límite de la incomprensión, que el cuadro estaba vacío. Clarita no estaba en él, sino solamente había un fondo oscuro dentro del marco metálico.
“No puede ser” pensó Alicia, acercándose al cuadro. “Esto no está pasando. El mundo es racional, y no pueden ocurrir estas cosas”.
Sin embargo, era evidente que sí ocurría algo raro, en ese momento, en ese preciso lugar. Porque no había nada en el cuadro.
Ella lo inspeccionó, incluso se acercó un poco y lo tocó, sin conseguir una respuesta coherente a aquel misterio.
En ese momento, sintió un ruido a sus espaldas, pasos que se acercaban lentamente.
Alicia no quiso darse vuelta, le dio muchísimo miedo hacerlo y encontrarse con algo que luego la aterrorizaría durante incontables pesadillas.
Sintió un frío que le recorría la espalda. Y luego, una mano helada que se posaba sobre su hombro.
Alicia se dio vuelta, gritando, solo para encontrarse con la nada misma: había sido su imaginación.
-¡Qué susto! -se dijo a sí misma, con una risita nerviosa de alivio-. Creo que me estoy dejando sugestionar por esas historias. Será mejor que busque a Vladimir, y…
-Yo existo -dijo de repente una voz a sus espaldas.
Alicia volvió a girar sobre sus talones; parecía una enloquecida muñeca danzarina de una caja de música.
Y se encontró, cara a cara, con un rostro que le resultó algo familiar. Al cabo de un momento, se dio cuenta por qué: era la misma mujer del cuadro, solo que ahora se veía más envejecida. Sus ojos estaban más tristes, y tenía canas en el cabello.
-La gente se niega a verme -dijo aquella extraña, siniestra y triste aparición-. Le doy vergüenza a la gente por mi manera de pensar y de ser, pero sé que yo existo.
Alicia, sin poder creérselo aún, retrocedió algunos pasos, trastabilló y cayó hacia atrás.
Y el rostro de Clarita se transformó. Pareció deformarse por el odio. Y se abalanzó sobre la chica tendida en el suelo. La agarró de las ropas mientras gritaba:
-¡Yo existo! ¡Yo existo y estoy aquí, y no quiero que nadie más vuelva a ignorarme!
Alicia logró incorporarse y corrió. Corrió por el amplio hall hasta llegar a unas escaleras; sin pensarlo dos veces, subió los peldaños seguida por esa horrible aparición. Se metió dentro de un cuarto oscuro que olía a viejo; en el lugar alcanzó a ver muebles antiguos, una vieja alfombra roída por el tiempo y unos cuadros colgados en las paredes. Al cabo de un tiempo, se dio cuenta del error: ¡acababa de entrar al mismo altillo donde había muerto Clarita!
Pero ya era tarde para retroceder; la aparición subía las escaleras soltando un escalofriante sonido. Alicia cerró la puerta, la trabó arrastrando uno de los pesados muebles y luego agarró su celular para llamar a Vladimir.
Pero, mientras estaba buscando su número, escuchó una respiración a su lado, en la penumbra. Provenía de un rincón. Y cuando Alicia alzó su celular para iluminar el lugar, vio otra vez el rostro congestionado por la ira de Clarita, que la observaba fijamente, sus ojos refulgiendo extrañamente en la oscuridad.
Alicia intentó correr hacia la puerta, pero aquella figura espectral se interpuso, cortándole la salida.
-Por favor, decime que estoy aquí -dijo la mujer-. Que no solo soy una cosa que nadie se atreve a mirar.
-Por favor -suplicó Alicia llorando-. Por favor, dejame ir.
-¡Decime que existo! -rugió la irascible dama, y esto hizo que Alicia llorara aun más fuerte-. ¡Decime que me estás viendo, que soy mucho más que una sombra!
-¡Sí! -gritó Alicia-. ¡Te estoy viendo! Pero, por favor, dejame ir…
-¿Y cómo soy?
-Sos una mujer… ¡eso es lo que veo!
-¿Una mujer vieja o joven?
-De mediana edad… por favor… por favor…
-¿Y soy bella?
Ante esta pregunta, Alicia la miró entre lágrimas, sorprendida, y asintió con la cabeza.
-Sí. Sos bella. Aunque la tristeza parece haberte quitado parte de tu juventud.
-Es que viví mucho tiempo sola -dijo al cabo de un momento Clarita-. Encerrada en este ático, sin poder ver la luz del sol. Viví aquí durante años, y más años, y eso aceleró mi vejez. Yo antes era más bonita, los hombres suspiraban por mí. Cuando era joven, pensaba llevar una vida rutilante, llena de amor y aventuras. Pero la realidad fue distinta. Y terminé muriendo de soledad y tristeza en este altillo horrible, lejos de mis hijos, de la vida.
-Yo… yo también hubiese enloquecido, si me pasaba algo así -dijo Alicia, sin saber por qué. Una parte de ella se negaba a creer que estaba hablando con un espíritu. Quizás se había vuelto loca de repente-. Creo que no hubiese durado siquiera un mes. Y creo que te comprendo en lo que respecta a la mirada de los demás. Yo misma lo sufro. Muchas veces, me siento ignorada por el solo hecho de que mi familia no es lo que todo el mundo está acostumbrado a ver, o que espera. Porque mis padres… ellos son dos hombres que se aman. Y mucha gente no puede entender este hecho, incluso les da rabia. Entonces me ignoran, y hacen de cuenta de que yo no existo. Como te pasa a vos. Creo que entiendo tu dolor… Pero, por favor… dejame ir…
Ante estas palabras, Clarita pareció retroceder un poco y sus ojos perdieron luminosidad. Pareció avergonzada.
-Sí -dijo, llorando ella también-. Perdón. No quise asustarte. Solo quiero entregarte esto.
Y de su cuello sacó un collar, que depositó en las manos de Alicia.
-Este collar me acompañó durante mis últimos años de vida -explicó-. Lo usaba para medir el tiempo. Tiene exactamente treinta cuentas. La única persona que me visitaba era un abogado, venía una vez al mes y cada vez que lo veía marcaba una perla. Una perla al mes… yo soñaba con que me liberaran antes de que se me acabaran las perlas del collar… pero eso nunca sucedió. - Clarita le extendió el collar de perlas.
-G-gracias -dijo Alicia-. Eso creo… Pero ¿por qué querés darme este collar?
-Quizás te sirva como me sirvió a mí. El tiempo es algo que nadie puede controlar, y las medidas que adoptamos para medirlo son solo ficción. Llevé años encerrada en este ático, que me parecieron siglos, y ahora solo segundos. Quiero que te lleves este collar… y que recuerdes que sigo existiendo.
-Está bien -dijo Alicia desconfiada, mirando hacia la puerta-. Ahora, ¿vas a dejarme salir?
Clarita no dijo nada
Alicia se acercó con extrema cautela a la puerta, corrió el mueble y estiró la mano para alcanzar el pomo. Miró hacia atrás, pero no había nadie.
Se apresuró a salir por la puerta, con la convicción de que una mano saldría de la oscuridad y la agarraría por el cuello. Pero no pasó nada de esto, y cuando finalmente miró hacia las escaleras, se sobresaltó al ver que una sombra se abalanzaba sobre ella.
Creyendo que era Clarita, Alicia gritó con todas sus fuerzas. Pero luego se dio cuenta del error: era Vladimir, que la miraba asustado.
-¿Qué te pasa? -le dijo el chico, agitado-. ¿Dónde estabas? ¡Hace una hora te estoy buscando, el guardia del museo está furioso!
-¿Una hora? -se extrañó Alicia-. No es posible, yo estuve aquí dentro por solo unos minut…
Pero calló al ver que por los ventanales el día ya se había ido, y ahora las farolas iluminaban la calle. Miró el reloj de su celular: ¡Vladimir tenía razón, habían pasado sesenta y siete minutos!
-Yo... -empezó Alicia, mirando hacia el lugar donde había tenido esa extraña charla con un espíritu. Pero luego negó con la cabeza: -Acaba de pasarme algo extraordinario.
-¿Qué?
-Primero vayamos al encuentro de los demás -dijo Alicia, caminando decidida hacia la salida-. Prometo que en el camino voy a explicarte…
Vuelta a Montevideo
A la vuelta de Montevideo, el grupo estaba exhausto, pero claramente emocionado. Cada uno, en la camioneta de Viktor, contaba sus experiencias y trataban de sacar conclusiones, aunque de momento no llegaban a nada en concreto.
Dionisio contó lo que le había sucedido en el castillo Pittamiglio: durante su exploración, había caído desde el primer piso hacia el enorme hall de planta baja. Había perdido momentáneamente la consciencia, y había tenido un extraño sueño en el que jugaba una partida de ajedrez con la Muerte. Lo peculiar de todo era que las piezas eran de tamaño real: había caballos, hombres enfundados en armaduras medievales que representaban a los alfiles, y los reyes y las reinas eran hombres y mujeres vestidos como tales. Al principio, dijo, la Muerte le iba ganando, pero luego recibió ayuda de su rey y terminó por derrotarlo. Para evitar que su amigo Vladimir se angustiara, omitió decir que, en el sueño, el rey era su abuelo: sabía que su amigo se pondría triste al recordarlo.
Dionisio era por lejos el que más consecuencias físicas había obtenido durante aquel viaje: primero se le había desmoronado una cueva encima (en la gruta del Palacio), y luego había caído desde el primer piso del Pittamiglio. Increíblemente, apenas si había recibido unos rasguños y su hombro se había salido de lugar, aunque lo había arreglado con un rápido movimiento de su brazo, ayudado por Wendy. Pero ahora pagaba las consecuencias: estaba muy cansado, y apenas si podía mantener los ojos abiertos.
Alicia, por su parte, contó lo que había visto en el museo de Blanes: a la misma Clarita, la chica del cuadro, que la había perseguido y encerrado en el altillo, impidiéndole escapar. Luego de tener un extraño y alucinante diálogo con ella, le había dado un collar, que ahora apretaba en su puño como si fuese un poderoso amuleto. Lo mostró a los demás, que lo examinaron asombrados pasándoselos de mano en mano.
Finalmente, Salvador contó la peor experiencia de todas: había tenido un encuentro con la mismísima llorona, en el Parque Rivera. La mujer lo había arrastrado hacia las profundidades del lago y Salvador a duras penas había sido rescatado por Viktor, quien luego compró a las apuradas unas ropas en una tienda cercana, porque ambos estaban empapados.
-¿Te caíste al agua? -se horrorizó Dionisio-. ¡Mamá nos va a matar!
-No me caí, ¡sino que la llorona me arrastró, me quería ahogar como a sus hijos!
Ante estas palabras, desde el asiento del conductor, Viktor comenzó a reír.
-¿De qué te reís? -lo incriminó Wendy-.¡No es gracioso! ¡El chico pudo haber muerto!
-Me río porque todos ustedes están locos -dijo Viktor-. ¿Un cuadro que se mueve? ¿Una partida de ajedrez con la muerte? ¿La llorona? Chicos, creo que todos ustedes están para el loquero.
-¡No estamos locos! -dijo Alicia indignada-. ¡Sé muy bien lo que vi!
-Y yo- dijo Salvador-. No fue mi imaginación. Estoy seguro de eso.
-¿Y qué pruebas hay al respecto? -los desafió Viktor.
-¡Esto! -dijo Alicia triunfal, mostrando el viejo collar de perlas-. ¡Clarita me dio esto antes de irme!
Viktor miró lo que le mostraba la chica a través del espejo y luego se encogió de hombros.
-Eso no muestra nada. Pudiste haberlo sacado del museo.
-Esperá -intervino Dionisio-. ¿Qué me decís de esto?
De su bolsillo sacó el viejo pergamino que le había dado la mujer indígena en la Gruta del Palacio. Viktor se echó a reír.
-¡Es solo un papel viejo!
-¡Tengo la prueba definitiva! -gritó de pronto Salvador-. ¡Le saqué una foto a la llorona, jaque mate!
Le mostró, a través del celular, una foto que había sacado esa misma tarde, en el parque.
-¿Esto es una joda, no? Ahí no se ve nada, es solo un reflejo del sol.
-Pero…
Salvador miró con atención la foto, y se dio cuenta de que Viktor tenía razón: ¡la llorona en la foto había desaparecido, ahora solo se veía una especie de niebla reflejada por los rayos solares!
Los otros chicos examinaron la foto que Salvador había enviado al grupo, y llegaron a las mismas conclusiones. Revisaron el video del baño de la escuela: lo mismo, solo se veía algo borroso, como un destello. El mensaje encriptado y la palabra “AYUDA” habían desaparecido.
-Les voy a hacer una pregunta -dijo Viktor, regodeándose en su victoria-. Además de ustedes, ¿alguien más vio esos supuestos “fenómenos” paranormales, o como quiera llamárseles?
El grupo pensó en su pregunta. Llegaron a una conclusión para nada alentadora: Viktor tenía razón. Nadie aparte de ellos había visto nada. En la escuela, ningún maestro o algún otro alumno había mencionado algo sobre el espejo. En la gruta del Palacio, solo Dionisio había visto a la princesa indígena; el guardia que lo había rescatado dijo que estaba solo en la cueva. En el cerro Arequita, solo Wendy y Alicia habían visto a la bruja, porque el cuidador apareció después. Lo mismo con las experiencias en el museo de Blanes, el castillo Pittamiglio y el Parque Rivera: cuando Viktor rescató a Salvador, él no vio nada en las aguas, solo al chico que se estaba hundiendo.
Ante el silencio elocuente de los demás, Viktor lanzó una última risotada y luego negó con la cabeza.
-Lo repito: están para el loquero, chicos. Ustedes se contaron historias de terror y se sugestionaron. No se preocupen, no es tan grave como parece. Pero, por favor, cómo voy a reírme de ustedes el resto del año…
Sin dejar de reír de manera alocada, Viktor aumentó el volumen de la radio y aceleró la camioneta, dejando a los chicos mudos y sin saber qué decir, totalmente apesadumbrados.
3
El resto del viaje lo hicieron en silencio. Ya había caído la noche y las luces de los automóviles surcaba la autopista. Viktor tarareaba sus canciones de rock ya pasadas de moda. Dionisio había caído en un sueño pesado, víctima de sus aventuras de ese día. Los otros miraban sus celulares casi sin ver y de vez en cuando se mensajeaban a través del grupo:
VLADIMIR : Y si Víktor tiene razón? Y si estamos locos e imaginamos todo?
ALICIA : Yo estoy segura de lo que vi
ALICIA : No fue una maldita alucinación
WENDY : Pero, y las fotos? Y los videos? Por qué ahora aparecen como borroneados?
VLADIMIR : Creo que somos unos idiotas. Eso es lo que pasa. Pensábamos que estábamos viviendo algo único e importante, y solo fue como un sueño!
Los mensajes tenían un tinte cada vez más acongojados. Finalmente, dejaron de escribirse y se limitaron a observar el paisaje a través de las ventanillas de la camioneta.
Cuando llegaron a Cabo Frío, la noche se había cerrado y una oscuridad agobiante rodeaba las calles del pueblo. Víktor dejó a las chicas primero (que se despidieron con un cansado y tímido saludo), luego a los hermanos Dionisio y Salvador, y finalmente enfiló a su propia casa, con un enmudecido Vladimir sentado a su lado.
Estacionó la camioneta en el garaje y luego se bajó. Como su hermano no hacía ademán de moverse, le dio un golpe de nuca a través de la ventanilla abierta.
-Ey, ¡bajate de una vez! Tengo que cerrar la camioneta y después me voy a dormir unas cuarenta y ocho horas. ¡Vos y tus aventuras de Indiana Jones y los cazadores de la mentira perdida!
Rió de su propia ocurrencia, luego, a ver que Vladimir no lo acompañaba en la risa, le dio una palmada reconciliatoria en el hombro:
-Vamos, bro, yo también en algún momento de mi vida creí ver cosas… ¡cuando estaba fumado!
Se alejó riéndose a carcajadas; Vladimir pensó que era un idiota, aunque quizás tenía razón.
El chico fue a su habitación y se encerró. Lo ocurrido durante ese día le daba vueltas en la cabeza. ¡No podía haber sido todo producto de una alucinación colectiva, algo de cierto debía haber!
Cuando estaba por dormirse, escuchó que llegaba una notificación a su celular, era Dionisio:
DIONISIO : No fue una alucinación
VLADIMIR : Eso quisiera creer, bro
VLADIMIR : Pero mi hermano tiene razón!
DIONISIO : Te digo que no lo fue
DIONISIO : Soñé con algo
DIONISIO : Hacía rato no tenía sueños como estos
VLADIMIR : Vos te referís a… esos sueños?
VLADIMIR : Los que a veces son como premoniciones?
DIONISIO : Sí!
VLADIMIR : Dionisio, la verdad, ya no estoy para creer nada
DIONISIO : Pero vos sabés que estos sueños son especiales!
DIONISIO : Tenés las pruebas
DIONISIO : Cuando soñé que se iba a derrumbar el edificio de la vieja escuela!
DIONISIO : O cuando soñé que se venía un virus que iba a afectar el mundo
DIONISIO : Eso lo soñé un año antes de que ocurriera, no podés negar eso!
VLADIMIR : Ok
VLADIMIR : Sí
VLADIMIR : Ponele
VLADIMIR : Pudo haber sido casualidad
VLADIMIR : Pero supongamos que no, y que aun sigo siendo un niño que se cree todo
VLADIMIR : Qué soñaste ahora?
DIONISIO : Soñé con la mansión
VLADIMIR : Qué mansión?
DIONISIO : La mansión Drayton!
VLADIMIR : Mmmm
VLADIMIR : Y?
DIONISIO : Había algo ahí
DIONISIO : Algo muy importante!
DIONISIO : Era como la última pista antes de llegar a la verdad!
VLADIMIR : No lo sé, bro
VLADIMIR : Ya todo esto es muy confuso
VLADIMIR : Estoy muy desanimado
DIONISIO : No dejes que Viktor tire abajo todo lo que creímos!
DIONISIO : Esta noche voy a ir
VLADIMIR : Ahora?
DIONISIO : Sí!
VLADIMIR : Estás loco!
VLADIMIR : Me da miedo ese lugar
DIONISIO : A mí también
DIONISIO : Pero quiero ir
DIONISIO : En el sueño, alguien me decía que era ahora o nunca
DIONISIO : Y si no voy me voy a arrepentir toda la vida!
VLADIMIR : Ufff
VLADIMIR : Bueno
VLADIMIR : Aguantame que me cambio y te paso a buscar
VLADIMIR : Les decimos a las chicas?
DIONISIO : no
VLADIMIR : Por qué no?
DIONISIO : Ellas van a ir a la escuela
VLADIMIR : Queeeeee
VLADIMIR : Cuándo decidieron eso?
DIONISIO : Alicia me escribió hace unos diez minutos
DIONISIO : Ella cree que algo se nos pasó por alto ahí
DIONISIO : También tiene la sensación, al igual que yo, que todo va a terminar esta noche!
DIONISIO : Ya sea para bien o para mal
VLADIMIR : Y por qué no lo escribió en el grupo?
DIONISIO : No sé
VLADIMIR : Vos y Alicia se están mensajeando en privado?
VLADIMIR : Desde cuándo hablan?
VLADIMIR : Un momento
VLADIMIR : Pasa algo entre vos y Alicia?
DIONISIO : No es momento de eso
VLADIMIR : Sí pasa algo!
DIONISIO : En el camino a la mansión Drayton te cuento
VLADIMIR : Lo sabía!
VLADIMIR : Viejo zorro!
DIONISIO : No pasa nada!
VLADIMIR : Sí claro, y yo nací ayer
VLADIMIR : Bueno, en unos minutos paso por tu casa, esperame!
¿A quién desearías acompañar?
A Dionisio y Vladimir en la mansión Drayton…
A Alicia y Wendy al liceo de Cabo Frío…
En el marco de los Desafíos Profundos, “El misterio de Cabo Frío”, lanzamos el concurso de microleyendas, orientado a estudiantes de entre 9 a 15 años de edad.
Los invitamos a escribir leyendas originales o rescatar leyendas de su localidad para compartirlas y leerlas en el foro de desafioprofundo.org. Los autores de las cinco leyendas con más “Me gusta” en el foro, serán los ganadores del concurso.
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