Salvador y Viktor viajan al Parque Rivera donde se esconden muchos peligros, algunos… peores que otros.
Alicia y Vladimir, se encuentran en el Museo Blanes, donde descubrirán que su leyenda es más real de lo que pensaban. Mientras Dionisio y Wendy investigan en el Castillo Pittamiglio, se enfrentan a un desafío que pone en peligro sus vidas.
Recorremos el país y sus leyendas, en este nuevo capítulo de… El misterio de cabo frío.
Castillo Pittamiglio
1
Al entrar al imponente castillo Pittamiglio, ubicado sobre la rambla Mahatma Gandhi, entre dos edificios residenciales, tanto Dionisio como Wendy se sorprendieron al encontrarse con tantas y tan extrañas construcciones. Habitaciones gigantes en forma de octaedros. Puertas que no llevaban a ningún lado. Pasillos interminables y laberínticos con caminos extrañamente marcados con cruces y flechas. En las paredes había símbolos y cifras que ninguno de los dos chicos podía identificar, y en los pisos predominaban los colores negros y blancos. El “Yin” y el ``Yang”, pensó de golpe Dionisio. El aire del castillo se mantenía fresco y sombrío, como el de un mausoleo. A medida que los amigos se iban adentrando más y más, sus pisadas despertaban ecos en los olvidados ángulos del edificio. Dionisio, mientras tanto, explicaba:
-Sé que perteneció a un arquitecto y político llamado Humberto Pittamiglio. Es toda una celebridad aquí en Montevideo. También era alquimista, y buscaba la vida eterna a través de sus fórmulas químicas -hizo una pausa mientras observaba una inmensa chimenea incrustada en la pared y agregó:- Creo que en el fondo estaba un poco loco.
-Un momento -interrumpió Wendy, alzando una ceja-. ¿Vos tenés toda esa información en la cabeza?
-Refresqué un poco de conocimientos mientras veníamos en la camioneta del hermano de Vladimir -reconoció el chico, sonrojándose-. Pero, sí, básicamente, me sé la historia del castillo de memoria, porque me encanta este tipo de leyendas.
-Ya veo -dijo Wendy, mirando a su alrededor-. Es raro que no haya nadie, ¿no?
-Sí. Siempre hay alguien en la entrada. Pero ahora esto parece... Vacío.
-¿Y qué clase de leyendas hay acá adentro?
-De todo un poco -respondió Dionisio-. Dicen que acá se ocultó el Santo Grial, y que estuvo escondido durante décadas en una habitación repleta de objetos religiosos. Y además está la historia del mismo Pittamiglio. Él decía que el edificio era como un ente vivo, en constante modificación. Durante toda su vida agregó y quitó cuartos, amplió hacia arriba y hacia los laterales, cambió la decoración y la disposición de puertas y ventanas... Es por eso que ahora vemos al castillo así, tan caótico y sin forma. Pittamiglio pasaba muchas horas entre estas paredes, buscando el elixir de la vida eterna.
-Uy, sí que estaba loco.
-Y algunos dicen que lo logró -agregó muy serio Dionisio-. Que logró vencer las barreras de la vida y la muerte. Y ahora Pittamiglio supuestamente vive aquí, solo que en una forma de vida que nadie puede imaginar -vio que Wendy lo miraba incrédula y se apresuró a decir: -Lo sé, yo tampoco me creo mucho esa leyenda. Aunque, a juzgar por lo que vi hoy...
-Ah, ¡es cierto! Dijiste que viste como a una princesa indígena, ¿no?
-Sí. Vladimir piensa que solo lo imaginé, o que me golpeé la cabeza o algo así. Pero tengo la prueba del pergamino. Igualmente, sé que es algo difícil de creer, así que no lo culpo.
-Yo ya puedo creer cualquier cosa. Todavía no termino de creer que hace un rato estuve hablando con una especie de bruja. Y menos entiendo cómo vamos a encontrar la siguiente pista acá adentro... ¡Es que está lleno de pistas!
Wendy señaló hacia las paredes, donde multitud de símbolos y dibujos se aglomeraban como hormigas. Dionisio asintió.
-Imagino que cuando demos con la pista correcta, nos daremos cuenta enseguida...
Siguieron caminando por las sombrías habitaciones del castillo. Un aire fresco penetraba por los ventanales altos ubicados cerca del techo. Wendy preguntó si había novedades del resto del grupo, y Dionisio le respondió que acababa de recibir un mensaje de su hermano en el parque Rivera: estaba con Viktor, aunque de momento ninguno de los dos había visto algo extraño. De Vladimir y Alicia, en cambio, no tenían noticias aún.
Decidieron subir por unas escaleras de piedra; las barandillas eran de bronce y madera y algunos escalones parecían más altos que otros.
A medida que ascendían, algo extraño comenzó a perturbar sus mentes. Era como si por cada escalón que subieran, se adentraran más y más en un territorio peligroso y extraño. Las paredes y la barandilla por momentos parecían moverse. Dionisio miró hacia atrás y jadeó: hubiese jurado que solo habían subido unos diez escalones, pero parecían más, muchos más. Como si estuvieran a veinte metros del suelo. Debajo se veían, muy pequeñitos, los mosaicos blancos y negros del gran hall. Visto desde arriba parecía un tablero de ajedrez. Pensó que a Vladimir le hubiese fascinado contemplar aquella visión.
Llegaron por fin al rellano. Aparecieron frente a su vista dos pasillos, puestos en forma imposiblemente geométrica: uno parecía subir, el otro bajar. En el medio había una rara estatua de una mujer corriendo al lado de un perro. Dionisio no supo interpretar qué significaba.
-Y ahora, ¿a dónde vamos? -preguntó Wendy.
-No sé. No recuerdo haber leído sobre esta parte del castillo. ¡Es raro!
-¿Qué te parece si subimos?
-Sería lo más lógico. Si acabamos de subir las escaleras, ¿por qué querríamos volver a bajar?
Sin decir más palabra, tomaron el pasillo que subía. Una luz tenue y amarilla inundaba el lugar. Pronto el suelo se hizo más empinado, y Dionisio, que no estaba en un buen estado físico, comenzó a jadear.
-Creo que esto no nos llevará a ningún lado -dijo al cabo de un rato, volviéndose hacia Wendy-. Debe ser como una de esas puertas ciegas que vimos abajo, que Pittamiglio construyó para que...
-¡Cuidado, Dionisio!
Ante el grito alarmado de su amiga, el chico intentó detenerse, pero ya era demasiado tarde. El piso del pasillo se había terminado y un enorme abismo se abría frente a él. Dionisio trastabilló, hizo equilibrio con las manos y cayó. Logró aferrarse del borde y Wendy corrió a ayudarlo.
-¡Agarrate fuerte, no te sueltes! -gritó Wendy, tirándose al piso y alcanzando a sujetarlo por la remera.
Por un momento, pareció que lograría rescatar a su amigo. Pero luego se escuchó un crujido terrible y la remera de Dionisio se rasgó. Wendy quedó estupefacta observando el trozo de tela en su mano, mientras Dionisio, con un grito mudo, caía hacia las profundidades de aquel incomprensible pozo...
2
Un golpe horrible, que sacudió todos sus huesos, le arrancó un grito de dolor. Dionisio se agarró la espalda y se retorció sobre el suelo, gritando por ayuda. Miró a su alrededor: estaba en el hall del suelo ajedrezado, pero supo de inmediato que algo había cambiado en el lugar. Aunque no se dio cuenta de qué.
Miró hacia arriba, esperando encontrarse con el rostro preocupado de Wendy, pero se sorprendió al ver que no había nada, solo un gran manto de oscuridad. El cielorraso del castillo también había desaparecido, al igual que las escaleras.
-¿Wendy? -dijo con un hilo de voz-. ¿Dónde estás?
Apenas terminó de decir esto, escuchó que unos pasos se acercaban. Dio vuelta la cabeza esperando encontrarse con su amiga. Pero no era ella. Era una figura más alta. Y tenebrosa.
En efecto, parecía alguien de al menos dos metros de altura. Estaba envuelto en unas telas oscuras, una especie de túnica. Su cabeza estaba cubierta por una capucha. Apenas se veían sus ojos, que eran dos destellos de plata en medio de un rostro pálido e indefinido.
-¿Hola? -dijo Dionisio temblando-. ¿Quién es usted? Necesito ayuda. ¡Acabo de caerme, creo que me quebré un hueso!
La figura encapuchada no dijo nada. Se acercó con paso lento y parsimonioso y lo rodeó examinándolo. Finalmente, hizo un ruido extraño con la boca, y con una voz que se parecía a un escalofriante siseo, anunció:
-Has llegado aquí para aliviarme de mis horas de aburrimiento. Estaba esperando una compañía como la tuya. No tan joven, pero después de tantos años de espera, cualquier humano es bienvenido.
-¿Quien... Quién es usted?
-Ahora, empecemos a jugar -dijo la figura encapuchada, ignorando la pregunta de Dionisio y señalando hacia un lugar a espaldas del chico.
Cuando el joven se dio vuelta para ver, quedó helado: había allí, dispuestos sobre los mosaicos del suelo, treinta y dos figuras que representaban a las piezas de un ajedrez. Solo que en tamaño real: había cuatro caballos que se agitaban briosos, cuatro torres de al menos tres metros de alto, cuatro alfiles con armadura de caballero medieval portando sus espadas, y dieciséis peones que se movían inquietos y murmurando entre sí. El rey y la reina blancos estaban tomados de la mano. Del otro lado del tablero, el rey negro era un hombre africano alto y con largos adornos que pendían de su cuello y orejas. La reina era una mujer negra y miraba fijamente a Dionisio. Se inclinó para murmurar algo al oído del rey, quien asintió y luego sonrió burlón.
-Estoy soñando -dijo Dionisio-. Me golpeé la cabeza al caer.
-Juega - dijo la figura encapuchada, encaminándose hacia el sector de las piezas negras-. Te doy el privilegio y la enorme ventaja de ser el primero en mover.
-Es un sueño y quiero despertar -dijo Dionisio, sacudiendo su cabeza-. ¡Es un sueño y quiero despertar!
-No es un sueño -dijo de pronto el rey blanco, que estaba parado a unos pocos metros de él-. Más vale que empieces a jugar, ¡o terminarás por impacientarlo!
-¡Silencio! -rugió desde el otro lado del tablero la figura encapuchada, sobresaltando a todas las piezas vivientes del ajedrez-. Está prohibido hablar con mi contrincante. Aunque tu rey tiene razón, joven: pierdo la paciencia muy rápido. ¡Empieza a jugar de una vez!
-Está bien. Creo que estoy entendiendo -dijo Dionisio muy lentamente-. Creo que es hora de... ¡Correr!
Dicho esto se levantó a toda prisa y corrió. Sabía que la salida estaba muy cerca. Abrió una puerta, la atravesó...
Y se encontró otra vez frente al tablero de ajedrez viviente.
-¡No puede ser! -gritó desesperado el chico, y volvió a intentarlo con otra puerta, pero el resultado fue exactamente el mismo.
No tenía salida. La figura encapuchada, mientras tanto, lo observaba en silencio. Sus ojos de color plata brillaban cada vez más.
-¿Has terminado? -dijo al tercer intento de Dionisio-. Sabrás ahora que nunca podrás salir de aquí. A menos que me ganes en el juego.
-¡¿Qué es esto?! ¿Dónde estoy?
-A eso también lo habrás adivinado, porque eres un muchacho inteligente: estás en ese lugar que algunos humanos llaman limbo. Y yo soy la Muerte. Si no me ganas a este juego, ¡jamás saldrás de aquí!
-¡Pero yo no sé jugar! ¡Es mi amigo Vladimir quien sabe!
-Sé perfectamente quién es tu amigo Vladimir. Pero no es momento de jugar con él, sino contigo. Así que te aconsejo que empieces a jugar, o realmente me cansaré de ti y te enviaré a un lugar donde sufrirás el peor de los tormentos.
Dionisio tragó saliva. Si aquello se trataba de un sueño, era el más real y terrorífico que había tenido. Supo que debía comenzar a jugar, como fuere.
-Está bien- dijo temblando-. Voy a empezar con... Eh... ¿cómo era que comenzaba siempre Vladimir? ¡Ah, sí, con E4!
El peón blanco elegido de inmediato adelantó dos casilleros. La Muerte, desde el otro lado del tablero, lanzó una seca risotada.
-¿Conque vas a venir con una defensa italiana, eh? Eres listo, dominar el centro es manejar los tiempos del juego. Pero no te equivoques, ¡si hay algo que sé, es sobre el tiempo!
A continuación la Muerte movió su caballo, que de un salto en forma de L se adelantó reluciendo sus crines oscuras. Sus ojos eran de fuego y por su nariz salía un vapor blanquecino. El jinete era un hombre de capa y botas negras, que miraba a Dionisio con un odio asesino.
-¡Caballo F3! -gritó Dionisio haciendo adelantar su propio caballo, a lo que la muerte respondió bloqueando el avance del peón con uno suyo propio.
Fue así como comenzó un juego apasionante y demencial. Ambos contrincantes eran listos y se tomaban su tiempo antes de elegir el siguiente movimiento. El cuerpo de Dionisio estaba empapado en sudor. Su frente se arrugaba por la concentración, mientras intentaba recordar las enseñanzas de Vladimir y pensaba en las siguientes jugadas de la Muerte. Una a una, fueron cayendo las piezas, tanto del lado de las blancas como de las negras. La Muerte le tomó un alfil, y Dionisio respondió eliminando una torre. Cada movimiento estaba perfectamente planeado y le provocaba vértigos; pensó que estaba jugando la mejor partida de su vida. ¡De haber presenciado el juego, Vladimir hubiese estado orgulloso de él!
Aún estaba regocijándose en su estrategia cuando, dos movimientos después, ocurrió la tragedia: su infernal contrincante movió inesperadamente su torre restante, y condenó a la reina blanca a una muerte casi segura.
Al observar esta jugada, la respiración de Dionisio se cortó. ¡Estaba perdido, tenía la mitad de la partida perdida!
Del otro lado del tablero, la Muerte reía a carcajadas. Sus piezas negras lo acompañaban en la burla, en una suerte de coro enloquecedor.
-Ey, pssss…
Sorprendido, Dionisio se volvió hacia la voz. Era el rey blanco. Esta vez lo observó con detenimiento y descubrió que el rostro de aquel hombre le resultaba curiosamente familiar.
-Escucha, es importante que muevas el caballo del H4- susurró el misterioso monarca-. Cuando lo hagas, se va a generar un espacio y podrás atacar el rey negro.
-Pero ¡voy a perder a mi reina!
-Olvidate de la reina -murmuró la pieza viviente, quien se aprovechaba de la risa y distracción de la Muerte-. Tu contrincante está esperando que la defiendas, ¡pero ya está perdida! Debes atacar ahora.
-¿Quién sos? ¿Por qué me resultás conocido?
-Yo… no soy nadie en particular. Soy solo alguien que ya jugó con la Muerte, y perdió la partida.
-¿O sea que vos y todos los demás... -Dionisio señaló hacia el rey y la reina, los peones, los jinetes sobre los caballos-... Fueron alguna vez hombres? ¿Y al perder con la Muerte quedaron condenados a ser sus piezas de ajedrez?
-Exacto. Y es el destino que te espera, a menos que le ganes. ¡Hazme caso, juega ese caballo ya!
Dionisio, ya sin nada por perder, ordenó mover el caballo de H4. De inmediato, las risas del lado opuesto del tablero se silenciaron. Y por fin Dionisio entendió por qué: el caballo tenía un camino claramente trazado hacia un jaque mate casi seguro del rey negro.
La Muerte, desesperada, intentó varios movimientos defensivos, pero finalmente sucumbió ante una brutal y efectiva emboscada. Cuando su rey cayó, la figura encapuchada lanzó un rugido y se abalanzó sobre Dionisio, agarrándolo del cuello.
-¡Nadie me gana! -gritó y de su boca salía un fuego helado que quemó las pestañas del chico-. ¿Cómo has podido hacerlo? ¿Cómo...
-Debes dejar en libertad al joven -dijo de repente el rey blanco, desplazándose a través del tablero, con el cuerpo flotando a unos centímetros del piso. Un haz de luz iluminó el rostro arrugado del viejo y allí Dionisio pudo apreciar que el anciano era ciego de un ojo y que además tenía una larga cicatriz en la mejilla-. ¡Lo has prometido!
La Muerte volvió a emitir uno de esos escalofriantes rugidos. Sacó de alguna parte de su túnica una inmensa hoz, y la acercó peligrosamente al rostro del anciano, al tiempo que decía:
-¡Nadie me ordena qué hacer! ¡No olviden que son mis esclavos! ¡Nunca olviden eso!
Sin dejar de gritar ni soltar amenazas, giró su cuerpo para hostigar a las demás piezas, situación que fue aprovechada de inmediato por el rey, quien susurró a Dionisio:
-Debes huir. ¡Ahora! No te preocupes por nosotros, la Muerte pierde los estribos unos momentos, pero luego se calma. No puede hacernos nada... Después de todo, ¡ya estamos muertos!
Dionisio asintió y sin perder tiempo corrió en dirección a la siguiente puerta. Antes de traspasarla, sin embargo, escuchó una vez más la voz suave y agradable del rey, que decía a sus espaldas:
-Recuerda esto, Dionisio… la vida es una gran partida de ajedrez. Cada decisión que tomes afectará de una u otra forma a tus fichas. Y, a veces, debemos hacer grandes sacrificios para seguir avanzando...
Sin entender del todo lo que el rey había querido decir, Dionisio asintió con la cabeza y luego traspasó corriendo la enorme arcada de piedra.
Al hacerlo, esta vez no volvió al mismo sitio que antes, sino que de repente y sin saber cómo se encontró recostado en el suelo. Había una figura a su lado: Dionisio lanzó un suspiro de alivio al notar que era Wendy.
-¡Dionisio! - dijo la chica con lágrimas en los ojos-. ¿Estás bien? ¡No reaccionabas, pensé que estabas muerto!
-No estoy muerto -dijo Dionisio, recordando aquella delirante partida de ajedrez que acababa de jugar con la Muerte-. Pero sí tengo los huesos doloridos.
-¡No puedo creer que hayas sobrevivido a una caída semejante! ¡Eran como cinco metros!
-Yo tampoco -aseguró Dionisio. Intentó una sonrisa para calmarla, pero de repente un dolor agudo le arrancó un grito. Se miró el brazo: estaba en una posición antinatural, doblado de manera imposible.
Como producto de la caída, se había lesionado un brazo. Al verlo, Wendy lanzó un grito.
-Estoy bien, no te preocupes… solo me disloqué el hombro. Ayudame a volver a ponerlo en su sitio.
-¿Estás loco?
-Haceme caso, ya me pasó antes. Solo tenés que agarrarme del brazo y darme un tirón…
La chica, no muy convencida, siguió sus instrucciones, y el crujir del hueso de Dionisio le generó escalofríos.
-¿Estás bien?
-Un poco mejor, sí -respondió Dionisio masajeándose el brazo. Pese al dolor, las misteriosas palabras del rey resonaban en su mente:
“La vida es una gran partida de ajedrez…”
“A veces, debemos hacer grandes sacrificios para seguir avanzando…”
-¿En qué estás pensando? -la pregunta de Wendy lo transportó nuevamente a la realidad. Estaba cruzando la puerta de ingreso al Castillo, pero en esta oportunidad lo hacían en sentido contrario, en dirección a la Rambla de Trouville.
-Pienso en que debemos juntarnos con los demás, y volver inmediatamente a Cabo Frío…
Vuelta a Montevideo
A la vuelta de Montevideo, el grupo estaba exhausto, pero claramente emocionado. Cada uno, en la camioneta de Viktor, contaba sus experiencias y trataban de sacar conclusiones, aunque de momento no llegaban a nada en concreto.
Dionisio contó lo que le había sucedido en el castillo Pittamiglio: durante su exploración, había caído desde el primer piso hacia el enorme hall de planta baja. Había perdido momentáneamente la consciencia, y había tenido un extraño sueño en el que jugaba una partida de ajedrez con la Muerte. Lo peculiar de todo era que las piezas eran de tamaño real: había caballos, hombres enfundados en armaduras medievales que representaban a los alfiles, y los reyes y las reinas eran hombres y mujeres vestidos como tales. Al principio, dijo, la Muerte le iba ganando, pero luego recibió ayuda de su rey y terminó por derrotarlo. Para evitar que su amigo Vladimir se angustiara, omitió decir que, en el sueño, el rey era su abuelo: sabía que su amigo se pondría triste al recordarlo.
Dionisio era por lejos el que más consecuencias físicas había obtenido durante aquel viaje: primero se le había desmoronado una cueva encima (en la gruta del Palacio), y luego había caído desde el primer piso del Pittamiglio. Increíblemente, apenas si había recibido unos rasguños y su hombro se había salido de lugar, aunque lo había arreglado con un rápido movimiento de su brazo, ayudado por Wendy. Pero ahora pagaba las consecuencias: estaba muy cansado, y apenas si podía mantener los ojos abiertos.
Alicia, por su parte, contó lo que había visto en el museo de Blanes: a la misma Clarita, la chica del cuadro, que la había perseguido y encerrado en el altillo, impidiéndole escapar. Luego de tener un extraño y alucinante diálogo con ella, le había dado un collar, que ahora apretaba en su puño como si fuese un poderoso amuleto. Lo mostró a los demás, que lo examinaron asombrados pasándoselos de mano en mano.
Finalmente, Salvador contó la peor experiencia de todas: había tenido un encuentro con la mismísima llorona, en el Parque Rivera. La mujer lo había arrastrado hacia las profundidades del lago y Salvador a duras penas había sido rescatado por Viktor, quien luego compró a las apuradas unas ropas en una tienda cercana, porque ambos estaban empapados.
-¿Te caíste al agua? -se horrorizó Dionisio-. ¡Mamá nos va a matar!
-No me caí, ¡sino que la llorona me arrastró, me quería ahogar como a sus hijos!
Ante estas palabras, desde el asiento del conductor, Viktor comenzó a reír.
-¿De qué te reís? -lo incriminó Wendy-.¡No es gracioso! ¡El chico pudo haber muerto!
-Me río porque todos ustedes están locos -dijo Viktor-. ¿Un cuadro que se mueve? ¿Una partida de ajedrez con la muerte? ¿La llorona? Chicos, creo que todos ustedes están para el loquero.
-¡No estamos locos! -dijo Alicia indignada-. ¡Sé muy bien lo que vi!
-Y yo- dijo Salvador-. No fue mi imaginación. Estoy seguro de eso.
-¿Y qué pruebas hay al respecto? -los desafió Viktor.
-¡Esto! -dijo Alicia triunfal, mostrando el viejo collar de perlas-. ¡Clarita me dio esto antes de irme!
Viktor miró lo que le mostraba la chica a través del espejo y luego se encogió de hombros.
-Eso no muestra nada. Pudiste haberlo sacado del museo.
-Esperá -intervino Dionisio-. ¿Qué me decís de esto?
De su bolsillo sacó el viejo pergamino que le había dado la mujer indígena en la Gruta del Palacio. Viktor se echó a reír.
-¡Es solo un papel viejo!
-¡Tengo la prueba definitiva! -gritó de pronto Salvador-. ¡Le saqué una foto a la llorona, jaque mate!
Le mostró, a través del celular, una foto que había sacado esa misma tarde, en el parque.
-¿Esto es una joda, no? Ahí no se ve nada, es solo un reflejo del sol.
-Pero…
Salvador miró con atención la foto, y se dio cuenta de que Viktor tenía razón: ¡la llorona en la foto había desaparecido, ahora solo se veía una especie de niebla reflejada por los rayos solares!
Los otros chicos examinaron la foto que Salvador había enviado al grupo, y llegaron a las mismas conclusiones. Revisaron el video del baño de la escuela: lo mismo, solo se veía algo borroso, como un destello. El mensaje encriptado y la palabra “AYUDA” habían desaparecido.
-Les voy a hacer una pregunta -dijo Viktor, regodeándose en su victoria-. Además de ustedes, ¿alguien más vio esos supuestos “fenómenos” paranormales, o como quiera llamárseles?
El grupo pensó en su pregunta. Llegaron a una conclusión para nada alentadora: Viktor tenía razón. Nadie aparte de ellos había visto nada. En la escuela, ningún maestro o algún otro alumno había mencionado algo sobre el espejo. En la gruta del Palacio, solo Dionisio había visto a la princesa indígena; el guardia que lo había rescatado dijo que estaba solo en la cueva. En el cerro Arequita, solo Wendy y Alicia habían visto a la bruja, porque el cuidador apareció después. Lo mismo con las experiencias en el museo de Blanes, el castillo Pittamiglio y el Parque Rivera: cuando Viktor rescató a Salvador, él no vio nada en las aguas, solo al chico que se estaba hundiendo.
Ante el silencio elocuente de los demás, Viktor lanzó una última risotada y luego negó con la cabeza.
-Lo repito: están para el loquero, chicos. Ustedes se contaron historias de terror y se sugestionaron. No se preocupen, no es tan grave como parece. Pero, por favor, cómo voy a reírme de ustedes el resto del año…
Sin dejar de reír de manera alocada, Viktor aumentó el volumen de la radio y aceleró la camioneta, dejando a los chicos mudos y sin saber qué decir, totalmente apesadumbrados.
3
El resto del viaje lo hicieron en silencio. Ya había caído la noche y las luces de los automóviles surcaba la autopista. Viktor tarareaba sus canciones de rock ya pasadas de moda. Dionisio había caído en un sueño pesado, víctima de sus aventuras de ese día. Los otros miraban sus celulares casi sin ver y de vez en cuando se mensajeaban a través del grupo:
VLADIMIR : Y si Víktor tiene razón? Y si estamos locos e imaginamos todo?
ALICIA: Yo estoy segura de lo que vi
ALICIA: No fue una maldita alucinación
WENDY: Pero, y las fotos? Y los videos? Por qué ahora aparecen como borroneados?
VLADIMIR : Creo que somos unos idiotas. Eso es lo que pasa. Pensábamos que estábamos viviendo algo único e importante, y solo fue como un sueño!
Los mensajes tenían un tinte cada vez más acongojados. Finalmente, dejaron de escribirse y se limitaron a observar el paisaje a través de las ventanillas de la camioneta.
Cuando llegaron a Cabo Frío, la noche se había cerrado y una oscuridad agobiante rodeaba las calles del pueblo. Víktor dejó a las chicas primero (que se despidieron con un cansado y tímido saludo), luego a los hermanos Dionisio y Salvador, y finalmente enfiló a su propia casa, con un enmudecido Vladimir sentado a su lado.
Estacionó la camioneta en el garaje y luego se bajó. Como su hermano no hacía ademán de moverse, le dio un golpe de nuca a través de la ventanilla abierta.
-Ey, ¡bajate de una vez! Tengo que cerrar la camioneta y después me voy a dormir unas cuarenta y ocho horas. ¡Vos y tus aventuras de Indiana Jones y los cazadores de la mentira perdida!
Rió de su propia ocurrencia, luego, a ver que Vladimir no lo acompañaba en la risa, le dio una palmada reconciliatoria en el hombro:
-Vamos, bro, yo también en algún momento de mi vida creí ver cosas… ¡cuando estaba fumado!
Se alejó riéndose a carcajadas; Vladimir pensó que era un idiota, aunque quizás tenía razón.
El chico fue a su habitación y se encerró. Lo ocurrido durante ese día le daba vueltas en la cabeza. ¡No podía haber sido todo producto de una alucinación colectiva, algo de cierto debía haber!
Cuando estaba por dormirse, escuchó que llegaba una notificación a su celular, era Dionisio:
DIONISIO : No fue una alucinación
VLADIMIR : Eso quisiera creer, bro
VLADIMIR : Pero mi hermano tiene razón!
DIONISIO : Te digo que no lo fue
DIONISIO : Soñé con algo
DIONISIO : Hacía rato no tenía sueños como estos
VLADIMIR : Vos te referís a… esos sueños?
VLADIMIR : Los que a veces son como premoniciones?
DIONISIO : Sí!
VLADIMIR : Dionisio, la verdad, ya no estoy para creer nada
DIONISIO : Pero vos sabés que estos sueños son especiales!
DIONISIO : Tenés las pruebas
DIONISIO : Cuando soñé que se iba a derrumbar el edificio de la vieja escuela!
DIONISIO : O cuando soñé que se venía un virus que iba a afectar el mundo
DIONISIO : Eso lo soñé un año antes de que ocurriera, no podés negar eso!
VLADIMIR : Ok
VLADIMIR : Sí
VLADIMIR : Ponele
VLADIMIR : Pudo haber sido casualidad
VLADIMIR : Pero supongamos que no, y que aun sigo siendo un niño que se cree todo
VLADIMIR : Qué soñaste ahora?
DIONISIO : Soñé con la mansión
VLADIMIR : Qué mansión?
DIONISIO : La mansión Drayton!
VLADIMIR : Mmmm
VLADIMIR : Y?
DIONISIO : Había algo ahí
DIONISIO : Algo muy importante!
DIONISIO : Era como la última pista antes de llegar a la verdad!
VLADIMIR : No lo sé, bro
VLADIMIR : Ya todo esto es muy confuso
VLADIMIR : Estoy muy desanimado
DIONISIO : No dejes que Viktor tire abajo todo lo que creímos!
DIONISIO : Esta noche voy a ir
VLADIMIR : Ahora?
DIONISIO : Sí!
VLADIMIR : Estás loco!
VLADIMIR : Me da miedo ese lugar
DIONISIO : A mí también
DIONISIO : Pero quiero ir
DIONISIO : En el sueño, alguien me decía que era ahora o nunca
DIONISIO : Y si no voy me voy a arrepentir toda la vida!
VLADIMIR : Ufff
VLADIMIR : Bueno
VLADIMIR : Aguantame que me cambio y te paso a buscar
VLADIMIR : Les decimos a las chicas?
DIONISIO : no
VLADIMIR : Por qué no?
DIONISIO : Ellas van a ir a la escuela
VLADIMIR : Queeeeee
VLADIMIR : Cuándo decidieron eso?
DIONISIO : Alicia me escribió hace unos diez minutos
DIONISIO : Ella cree que algo se nos pasó por alto ahí
DIONISIO : También tiene la sensación, al igual que yo, que todo va a terminar esta noche!
DIONISIO : Ya sea para bien o para mal
VLADIMIR : Y por qué no lo escribió en el grupo?
DIONISIO : No sé
VLADIMIR : Vos y Alicia se están mensajeando en privado?
VLADIMIR : Desde cuándo hablan?
VLADIMIR : Un momento
VLADIMIR : Pasa algo entre vos y Alicia?
DIONISIO : No es momento de eso
VLADIMIR : Sí pasa algo!
DIONISIO : En el camino a la mansión Drayton te cuento
VLADIMIR : Lo sabía!
VLADIMIR : Viejo zorro!
DIONISIO : No pasa nada!
VLADIMIR : Sí claro, y yo nací ayer
VLADIMIR : Bueno, en unos minutos paso por tu casa, esperame!
¿A quién desearías acompañar?
A Dionisio y Vladimir en la mansión Drayton…
A Alicia y Wendy al liceo de Cabo Frío…
En el marco de los Desafíos Profundos, “El misterio de Cabo Frío”, lanzamos el concurso de microleyendas, orientado a estudiantes de entre 9 a 15 años de edad.
Los invitamos a escribir leyendas originales o rescatar leyendas de su localidad para compartirlas y leerlas en el foro de desafioprofundo.org. Los autores de las cinco leyendas con más “Me gusta” en el foro, serán los ganadores del concurso.
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