Cuando en Uruguay aún había montañas, yació un reino, al cual sirvieron dos sirvientes que, entre ilusiones y avaras condiciones, cayeron hondo por el precipicio impredecible que es el enamorarse.
“Aquel que servir a la realeza anhele excluido del privilegio que es enamorarse permanecerá, y de ser esto irrespetado, la desgracia sobre su vida desplegará”, dicta la ley primera. Sin embargo, el crimen fue cometido, y rodeándose de espinas hicieron florecer su relación.
El destino siguió las indicaciones pintadas por el decreto, llevándose de la mano a la sirvienta enamorada, que al caer bajo una enfermedad inesperada, dejó al otro sin suficientes lágrimas.
El silencio testigo de la desgracia calla, pero los susurros viven, y cuentan de un alma que perdió a su amada, y que en busca de alcanzarla deja un rastro de claveles rojos por donde pasa.
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Marie Lattanzi, Liceo San Gabriel, Colonia.