Nuestros héroes se encuentran con seres fantásticos que les mostrarán el camino. Una bruja y una princesa revelan pistas fundamentales mientras el enigma se profundiza, esperemos que no sea demasiado tarde. Recorremos nuestro país y sus leyendas en este nuevo capítulo de Misterio de Cabo Frío.
Gruta del Palacio
1
Los chicos se levantaron al día siguiente con mucha emoción. Creían vivir algo único e incluso importante, que sería recordado durante el resto de sus vidas. Aunque, claro, aún no sabían exactamente qué.
De todas formas, eso no fue impedimento para que Dionisio y Salvador se despertaran apenas sonara el despertador de sus celulares, a las siete y cinco de la mañana.
A esa misma hora, Vladimir, que se había levantado hacía rato, intentaba despertar a su hermano mayor.
-¡Viktor! -dijo el chico escandalizado, sacudiendo el cuerpo de su hermano de un lado a otro-. ¡Vamos, que se nos hace tarde!
-Salí de acá, pende, dejame dormir.
-Pero, ¡lo prometiste! ¡Dijiste que nos ibas a llevar a la gruta del Palacio en tu camioneta!
Su hermano mayor abrió los ojos, apenas.
-¿Yo dije eso? No me acuerdo. Ahora, dejame dormir, ayer me acosté tarde y quiero seguir descansando.
-O nos llevás, o le cuento a tu novia que ayer te quedaste charlando con la vecina.
Esto fue motivo suficiente para que su hermano mayor se levantara como un rayo. Vladimir sonrió para sus adentros. ¡Lo tenía atrapado!
Media hora después, ya totalmente despejados y arreglados, pasaron a buscar a Dionisio y a Salvador, quienes los esperaban en el jardín de la casa. El día ya despuntaba y parecía que iba a ser tan veraniego como los anteriores.
-Bueno, apúrense a subir antes de que cambie de idea -amenazó Viktor, quien no paraba de bostezar. Para disimular sus ojeras se había puesto unos anteojos oscuros; parecía salido de una de esas películas de los ochenta que a Salvador tanto le gustaba mirar.
-¡Esperen, esperen! -gritó Salvador y se metió de nuevo en la casa.
-¿Qué le pasa a este? -murmuró Dionisio, siempre sufriente por las ocurrencias de su hermano.
El chico regresó al minuto luciendo un viejo reloj en su muñeca, de esos que funcionan a cuerda.
-Es mi reloj de la suerte, el que me regaló muy abuelo. ¡No voy a ningún lado sin él!
-Sí, bueno, qué conmovedor, enano. Ahora, subite a la camioneta o vas a tener que ir a pie -amenazó impaciente Viktor.
Iniciaron el viaje. Pasaron por la vieja estación de tren de Cabo Frío, en cuya escalinata principal David Ackerman, el chico rico del pueblo, reía junto a sus amigotes. Estaba cómodamente apoyado sobre un busto de Lavalleja; parecía venir de una larga trasnochada. Viktor le tocó bocina burlándose de él, pero David ni siquiera giró la vista.
-Odio a ese ricachón -murmuró entre dientes-. Se cree la gran cosa.
Subió el volumen del estéreo y aceleró. Miró por el espejo retrovisor y lo único que encontró fue la punta del faro, que a la distancia parecía un gigante asomando su cabeza sobre la copa de los árboles.
Pasaron por la plaza Artigas, y Dionisio señaló hacia un sendero que se abría en uno de los laterales:
-Ese camino lleva a la mansión Drayton, el lugar más embrujado del pueblo.
-Sí, y al final del arco iris hay un duende verde con un tesoro en un cofre -se burló Viktor.
Cinco minutos después, ya habían tomado la ruta, que estaba muy tranquila porque era sábado. Viajaron en silencio durante al menos unos cincuenta kilómetros, y durante ese trayecto apenas se encontraron con unos camiones y algunas familias que viajaban en dirección contraria, seguramente para pasar un fin de semana en las playas.
Salvador se las arregló para hacerse oír por encima de una canción de rock a todo volumen:
-¿Alguien sabe por qué se llama así el lugar al que vamos? ¿Gruta del Palacio? ¿Acaso hay un castillo o algo así? ¿Con reyes, príncipes y esas cosas?
-¡Qué bruto que sos, enano!- lo amonestó su hermano-. Es una formación rocosa que tiene forma de muchas columnas, son como doscientas en total, de unos ochenta centímetros de diámetro. Hay cuevas adentro, se calcula que de cuatrocientos metros de largo.
-¿Cuevas? ¡Me gusta! ¿Podemos explorarlas?
-Claro. ¡Para eso vamos hasta allá!
-¿Y cómo es que se hicieron esas cuevas?
-Fácil. Por la acción del agua, del tiempo y del aire. Es decir que tiene una formación geológica, que data del cretácico superior, o sea hace más de setenta millones de años.
-¡A la mier... -dijo Salvador, los ojos bien abiertos mirando a su hermano-. ¿Cómo es que sabés tanto sobre el lugar?
-Y… porque… ¡estoy leyendo la wikipedia! -dijo Dionisio entre risas, mostrando la pantalla de su celular, en donde se veía la información citada desde el famoso sitio web.
-Menos mal que yo soy el bruto. ¡Qué vende humo que sos!- dijo Salvador, un poco molesto al ver que su hermano mayor le tomaba el pelo.
Siguieron viajando y hablando de todo tipo de cosas: de cavernas, de aplicaciones del celular, del liceo y de chicas.
Alrededor de cuarenta minutos más tarde, Viktor miró a Vladimir y frunció el ceño.
-¿Bro? ¿Estás bien? Te veo muy pálido. ¡No vaya a ser cosa que me vomites el tapizado!
Vladimir tenía la vista fija en el espejo retrovisor del acompañante. De repente, como saliendo de una parálisis, giró el cuello con brusquedad para mirar hacia atrás.
-Ey, ¿qué te pasa?
-Parece que vio un fantasma…
-Había… había algo ahí -dijo Vladimir, señalando un lugar en el asiento trasero entre Dionisio y Salvador-. Parecía un mendigo. ¡Lo vi a través del espejo!
-Bueno, pero acá no hay nada -dijo Dionisio-. Seguramente fue alguna sombra en el espejo…
Viktor encajó un golpe al hombro de su hermano.
-¡No vuelvas a decir estupideces, querés!
-Juro… juro que lo vi…
-Mis puños vas a ver si no dejás de decir pavadas -dijo Viktor y aceleró la velocidad del vehículo.
Ya sin volver a hablar del tema, pasaron por los departamentos de Maldonado, Canelones y San José, donde se detuvieron en la entrada de la capital a cargar nafta y a estirar un poco las piernas. Dionisio fue al baño de la estación de servicio y Vladimir lo siguió. Entonces sonó una notificación en su celular. Había ingresado un nuevo mensaje al grupo “El misterio de Cabo frío”.
-Son las chicas -dijo el campeón de ajedrez-. Ya llegaron al cerro Arequita.
-¿Dijeron algo más?
-No, solo que ya llegaron, y que si ven algo nuevo nos avisan.
Regresaron a la camioneta. Salvador estaba dormido en la última fila de asientos. Viktor los esperaba comiendo una enorme medialuna de jamón y queso y bebiendo grandes cantidades de agua mineral. Volvieron a retomar el camino.
Alrededor de una hora después, llegaron a Trinidad, la capital del departamento de Flores, y media hora después accedieron a la antigua ruta tres que los llevaba a la gruta del Palacio. Viktor estacionó el vehículo a un costado del camino y luego apagó el motor. Reclinó el asiento hacia atrás y se puso la remera sobre la cara.
-Yo los espero acá, voy a estar durmiendo como un oso -anunció-. Si les llega a pasar algo, llamen a cualquiera menos a mí. Buenas noches.
-Pero son apenas las doce del mediodía -dijo Salvador.
-Dije buenas noches.
-Uff, qué carácter. Debe ser porque durmió poco.
-No, es así siempre -corrigió Vladimir, que lo conocía muy bien.
Los tres chicos, Salvador, Vladimir y Dionisio salieron de la camioneta y recorrieron los últimos metros que los separaban de las grutas a pie. Decir que el lugar los hechizó y los encantó sería quedarse corto en la descripción. Había algo en el lugar, en el ambiente, que les despertaba un sentimiento de respeto y de asombro permanentes. Las grutas se erigían en un ancho de unos doscientos metros de columnas gruesas y altas; a Salvador le parecieron un montón de patas de elefantes puestas a una distancia de un metro entre sí.
-Me hace acordar al monte de ombúes -dijo Vladimir-. Es como… no sé cómo describirlo. Como que hay un aire místico.
-Es que en nuestro país hay muchos lugares mágicos -dijo Salvador con cierta solemnidad, y los otros dos jóvenes se echaron a reír-. ¡Es verdad! -dijo el niño indignado-. Estamos rodeados de magia, solo que no sabemos verla.
-Como vos digas, Harry Potter -se burló su hermano, aunque en el fondo creía que Salvador tenía razón.
Había un contingente de unas ocho personas acompañadas por un guía; los chicos se acercaron para escuchar.
-Este lugar tiene muchas leyendas -decía el guía, un hombre de unos treinta años de prolijo bigote y camisa color caqui-. Cuentan que había una esposa de un cacique charrúa, llamada Darién, quien aseguró que dentro de las grutas se encontraban escondidas todas las riquezas de sus ancestros. Y que estas riquezas aun yacen dentro de las cuevas, ya que su tamaño es tan grande, que ni siquiera los indígenas de la tribu más fuerte pueden cargarlo.
Cuando terminó de decir esto, Salvador levantó la mano.
-¿Sí, hijo?
-Pero, señor, si los indígenas pudieron meter el tesoro en las cuevas, también debieron poder sacarlo…
A esto le siguió una risa general ante la intervención del curioso pequeño, y el enrojecimiento de las mejillas del guía.
-Es solo una leyenda, niño. Y como toda leyenda, tiene partes de verdad y de mito. Vos tenés que elegir qué creer y qué no.
-Entiendo, señor -dijo Salvador de repente pensativo.
-No vuelvas a abrir la boca, enano -lo pellizcó Dionisio disimuladamente-. O juro que te vas a arrepentir.
El guía siguió hablando de otras cosas: del origen de aquellas cavernas, de su extensión, descubrimiento y un montón de datos que evidentemente tenía memorizados, ya que no consultaba con la wikipedia como había hecho Dionisio. El grupo se alejó. Los chicos quedaron dando vueltas por ahí, haciéndose los distraídos hasta que los perdieron de vista.
-¿Y ahora? -preguntó Vladimir cuando quedaron solos.
-Ahora, entremos -dijo Dionisio-. Tengamos cuidado de que no nos vea el guía, o nos va a echar de acá.
Rodearon al grupo principal y se metieron a las grutas por el lado opuesto. Dentro, el aire era frío y seco. Las grutas se extendían en forma de laberinto. La luz penetraba los primeros cinco metros y luego los esperaba una densa oscuridad.
-Esto me da miedo -dijo Salvador-. ¿Qué esperamos encontrar acá?
-No sabemos -respondió Vladimir-. Pero estoy seguro de que mi abuelo, en el recuerdo, dijo que debíamos venir.
Se adentraron aún más en las cuevas. Al cabo de unos pocos pasos tuvieron que encender las linternas de sus celulares. Lejos, se escuchaba el eco de la voz del guía, que desde algún lugar del laberinto de piedra seguía explicando sobre las características del geoparque. Los pasadizos se hacían cada vez más estrechos y pronto tuvieron que avanzar gateando. Vladimir comenzó a jadear.
-¿Estás bien? -preguntó Dionisio.
-Sí. Es solo que me da un poco de claustrofobia.
-¿Alguien ve algo? ¿Alguna pista que nos lleve a algo?
-Yo solo veo rocas -dijo Salvador-. Y un cartel.
-¿Dónde?
-Ahí -respondió el chico señalando un cartel sobre la pared de piedra, que decía:
PROHIBIDO AVANZAR
-Creo que llegamos a un lugar que no está habilitado al público -dijo Dionisio-. Creo que leí algo de eso en la wikipedia: solo cuarenta metros están habilitados, lo demás es peligroso y hay riesgos de derrumbe.
-Qué alentador -murmuró Vladimir.
Dionisio se dio vuelta hacia su hermano:
-Enano, quiero que te quedes acá haciendo guardia.
-¿Yo? Ni loco, quiero ver qué hay.
-Te lo prohíbo -dijo Dionisio con firmeza-. No quiero que te pase nada. Así que te quedás acá.
-Es cierto, es mejor que te quedes -terció Vladimir-. Si llegás a ver al guía, no le digas que nosotros entramos.
-Tomá, te dejo mi celu, cualquier cosa llamalo a Vladimir -dijo su hermano entregándole el teléfono celular.
-Ufa, está bien -aceptó Salvador a desgano.
Dejaron al niño esperando cerca del cartel y siguieron avanzando.
Hicieron unos cuantos metros, quizás unos cincuenta, en donde solo vieron paredes de roca desnuda y algunas apereás que correteaban entre las grietas. Había también enormes pozos de agua, que debían sortear aferrándose a las columnas. Dionisio estaba aterrado y temía caerse al agua y ahogarse; había leído que los pozos eran muy profundos y formaban interminables e inexploradas galerías subacuáticas.
Alrededor de veinte minutos después, el aire se hizo espeso y muy húmedo. Los dos amigos se detuvieron indecisos.
-No tiene sentido que sigamos -dijo Dionisio-. No hay nada por acá, nos vamos a perder.
-Estaba tan seguro que el mensaje de mi abuelo significaba algo… -Vladimir se rascaba la cabeza, claramente decepcionado-. Pero creo que tenés razón, es hora de volver.
-A ver, esperá un momento. Veo algo más adelante.
-¿Dónde?
Dionisio señaló hacia una caverna ubicada en las profundidades, en donde parecía brillar algo.
-¿Será un reflejo de una luz?
-Imposible. Estamos muy adentro de la gruta, acá no llega ninguna luz.
-Vayamos a ver.
Avanzaron en dirección a aquel extraño brillo; sin embargo, pronto se dieron cuenta de que se enfrentaban a un reto mayor: las galerías se habían estrechado demasiado, y Vladimir casi quedó atrapado entre dos columnas de roca.
-¡No puedo pasar, soy demasiado grande!
-Quizás yo sí pueda -dijo Dionisio.
Fue su turno de avanzar. Su cuerpo, que era mucho más menudo que el de Vladimir, pasó sin problemas.
-No quiero que sigas solo -dijo Vladimir-. Mejor volvamos.
-El brillo no está muy lejos, será solo un minuto.
En ese momento, sintieron que algo vibraba bajo sus pies. Se miraron entre sí, enmudecidos.
-Esto va a derrumbarse -dijo Vladimir-. ¡Tenemos que irnos!
-Solo será un minuto, ¡lo prometo! -dijo Dionisio y corrió hacia el lugar donde brillaba aquel objeto extraño.
Por un momento, Vladimir lo perdió de vista. Sintió otra vez el crujido de la roca y alzó la linterna del celular, aterrado.
-¡Dionisio, volvé ya mismo!
-Hay algo acá -dijo la voz lejana de Dionisio, que hacía ecos-. Es una… no puedo creerlo. ¡Esto es…
-¿Qué? ¿Qué es lo que ves?
Pero Dionisio no pudo responder, porque en ese momento, se escuchó un nuevo crujido en la tierra, esta vez mucho más fuerte que el anterior, como si algunas rocas se hubieran desmoronado. El polvo cegó a Vladimir, quien a ciegas se puso a llamar a su amigo.
2
-¡Dionisio! -gritó Vladimir aun tosiendo-. ¿Estás bien? ¡Dionisio!
Volvió sobre sus pasos e iluminó con la linterna. El polvo le impedía ver más allá de un par de metros.
-¡Dionisio! -volvió a gritar desesperado el chico-. ¿Me estás escuchando?
Nada. Ni un solo sonido. El polvo aun flotaba y a Vladimir le resultaba difícil respirar.
De repente, sintió un ruido detrás suyo. Pensando que se trataba de un nuevo derrumbe, se cubrió la cabeza con ambas manos, cerró los ojos y gritó.
-Ey, ¿qué te pasa? -dijo la voz de Salvador-. ¿Qué fue todo ese ruido? ¿Y por qué estás gritando como un perro asustado?
-¿Salvador? ¿Qué hacés acá? ¡Tenemos que pedir ayuda!
-¿Ayuda, por qué?
-Tu hermano. Hubo un derrumbe y creo que está atrapado.
-Uy, mamá nos va a matar -dijo el niño, quizás no del todo consciente de lo que acababa de escuchar-. Pero yo también tengo malas noticias.
-¿Qué?
-¡Las chicas! Wendy y Alicia están pidiendo auxilio. Están mandando mensajes desesperadas, ¿es que no te llegó nada al celular?
-Acá no hay señal -dijo Vladimir-. A ver, mostrame.
Salvador le enseñó el celular que le había prestado Dionisio. Vladimir leyó a las apuradas una serie de mensajes y su piel se erizó:
… ayuda…
… estamos solas en la oscuridad…
… algo nos está acechando...
-¿Les preguntaste qué les pasa?
-Sí, pero no volvieron a contestar. Creo que ellas también se quedaron sin señal.
-Está bien, hagamos una cosa. Vos quedate acá por si tu hermano aparece. Yo vuelvo enseguida. Es importante que no pases más allá de estas columnas -le señaló los pilares por los que él casi había quedado atascado-. Yo voy a pedir ayuda para Dionisio, y de paso veo si puedo comunicarme con las chicas. ¿Entendiste?
-Claro.
-Cuidate, enano -dijo Vladimir-. Si llegás a escuchar a tu hermano, avisale que ya vuelvo con ayuda.
Y sin decir más palabra, Vladimir se alejó corriendo en dirección al auto de Víktor.
3
Dionisio golpeó la pared de roca que lo separaba de su amigo. El polvo volaba por todos lados, haciéndole toser. La oscuridad era casi completa.
-¡Vladimir! -gritó asustado.
No tuvo respuesta. El silencio que había del otro lado era absoluto. ¿Acaso su amigo habría muerto?
Apenas podía verse las manos. Para colmo, le había dejado el celular a Salvador y no podía usar la linterna.
Siguió tanteando la pared de roca que acababa de derrumbarse en busca de alguna salida. Nada. La caverna había quedado sellada. Y él estaba atrapado.
¿Cuánto tiempo tardarían en encontrarlo? Recordó a esos mineros chilenos, ¡habían tardado más de dos meses en rescatarlos!. Pensó que él no podría sobrevivir ni un solo día allá abajo: antes, moriría de miedo.
Estaba entrando en pánico cuando se dio cuenta de una cosa: él no estaba en la completa oscuridad. Había un pequeño resplandor que provenía desde lo más profundo.
Recordó lo que había visto segundos antes de que se derrumbara la gruta: ¡era un diamante que brillaba! Un diamante enorme, del tamaño de un puño humano.
Regresó sobre sus pasos, en busca de aquel nuevo resplandor. Entonces se encontró con algo que en un principio le hizo creer que estaba soñando.
Se restregó los ojos y volvió a mirar. Dentro de una especie de caverna interna, había alguien parado mirándolo fijo: ¡era una mujer!
Usaba un vestido largo y sencillo de color natural. Tenía puesto unos largos collares que parecían hechos de pepitas de oro. Su cabellera era larga y lacia, bien azabache. Sus ojos lo miraban entre sabios e inquisidores.
-¿Qué haces aquí? -le preguntó la mujer-. ¿Quién eres?
-Soy... Solo un chico. Y estoy aquí... Buscando algo.
-Es el tesoro, ¿verdad? -los ojos de la mujer refulgieron amenazantes-. Siempre lo mismo. El hombre blanco y su avaricia. No pueden dejarnos en paz.
-¿Qué tesor... -pero entonces Dionisio recordó la leyenda de Darién y el tesoro charrúa. ¿Acaso esa mujer sería... Pero no, ¡era imposible! La leyenda databa de cientos de años, aquella princesa indígena ya debía estar bien muerta-. No vengo buscando ningún tesoro -dijo al final.
-¿No? Porque estás muy cerca de él. Solo debes entrar a esa caverna -dijo la mujer señalando hacia una entrada a sus espaldas, desde donde provenía aquel extraño fulgor-. Solo que primero debes pasar por sobre todos nosotros-. Al decir esto, la mujer dio un paso al costado revelando a cuatro hombres altos y fornidos, que se fueron dibujando a través del polvo. Vestían con pieles y sus ojos eran centelleantes; todos ellos portaban lanzas de punta filosa-. Te advierto que ningún hombre blanco que ha llegado hasta este punto, ha logrado ha logrado avanzar más de un paso del lugar en el que te encuentras. Varios vinieron a robar un tesoro sagrado, y esa misma codicia los llevó a perder la vida.
-Señora, le digo que no vine buscando ningún tesoro. ¡Lo juro!
-No te creo. Todos buscan el tesoro. Todos quieren fortuna fácil. Pero no dejaremos que se lo lleven, es algo que pertenece a mis ancestros.
Los cuatro guardianes se adelantaron unos pasos, con las lanzas en alto, y muy pronto Dionisio se vio rodeado de ellos. Desesperado, el chico insistió en que él no buscaba ningún tesoro. La mujer contestó que no le creía. Y, para ponerlo a prueba, le propuso un acertijo.
-Solo los puros de alma pueden resolverlo. La mayoría de los hombres blancos están tan obsesionados con el tesoro, que son incapaces de pensar con claridad como para encontrar la respuesta -le advirtió.
La mujer parecía impresionada ante la respuesta de Dionisio.
-Debo admitir que es la primera vez que alguien puede resolverlo -dijo-. Si no has venido a buscar al tesoro, ¿entonces qué es lo que quieres?-. Los cuatro guerreros de apariencia indígena permanecían quietos como estatuas de cera dispuestas a cobrar vida ante cualquier amenaza. Dionisio no podía quitarles los ojos de encima–. ¿Qué es lo que quieres, niño?–. Las palabras de la mujer volvieron a traerlo de un sacudón a la realidad.
Entonces Dionisio le explicó todo: lo del mensaje en el espejo del baño de chicas, lo del bosque de ombúes y que su amigo había tenido una especie de visión en la que su abuelo muerto le decía que debía visitar la gruta del palacio. Cuando terminó, la mujer quedó pensando durante un buen rato.
-Es extraño -dijo finalmente.
-¿Qué cosa, señora?
-Entendí la mitad de lo que dijiste, vives en un mundo desconocido para mí. Pero al mencionar la palabra "reflejo" y "monte de ombúes", me recordó algo. Una vieja leyenda de nuestra tribu, que dice que un hombre aparecerá miles de lunas después de nuestra llegada a este lugar, hablando de lo mismo que has dicho tú. Un hombre fuerte y poderoso -la mujer miró a Dionisio de arriba abajo-. Pero tú no eres un hombre fuerte y poderoso. Solo eres un niño. Por otro lado, pudiste pasar la prueba del acertijo y pareces un espíritu puro y fuerte. ¿Qué debería hacer?
La mujer se paseó por el recinto un rato, luego volvió a mirar a Dionisio y finalmente entró a la cámara donde brillaba aquel fabuloso tesoro. Dionisio se quedó a solas con los colosales indígenas y por una fracción de segundo pensó en correr con todas sus fuerzas. Pero luego recordó el muro de piedra, y la oscuridad, por lo que borró instantáneamente de su mente esa peligrosa idea.
La mujer indígena regresó al cabo de unos minutos con un viejo pergamino en la mano.
-Toma, imagino que si realmente eres el indicado, sabrás qué hacer con esto -le dijo depositando el trozo de papel en su mano-. Solo espero que no sea demasiado tarde.
-¿Demasiado tarde? ¿A qué se refiere con eso?
-Según nuestra leyenda, ese hombre vendrá en un momento muy especial de la Madre Tierra, en donde la vida de muchas personas estará en peligro- explicó la mujer-. Y la salvación de esas personas y del planeta dependerá de ese hombre especial. Claro que tú solo eres un niño, pero mis antepasados me dejaron una clara misión. Y es entregarte el pergamino.
-¿El mundo en peligro? ¿Cómo es eso?
-Es todo lo que sé sobre el asunto -dijo la mujer, quien de repente parecía cansada-. Ahora, solo te pido que te vayas. Soy más vieja de lo que aparento, y necesito dormir mucho.
-¿Cuántos años tiene?
-No lo sé. No lo recuerdo.
-¿Cómo se llama usted? ¿Desde cuándo vive aquí abajo?
La mujer le mostró una sonrisa enigmática y cansada. Acercó su rostro al de Dionisio y susurró:
-Mi nombre es… Darién. Al menos, era así como me llamaban. Pero ha pasado mucho tiempo desde entonces.
-¿Darién? -se sorprendió el chico-. ¿Como la princesa de la leyenda? ¿Usted es...
-Por favor, déjame descansar, niño, ¿quieres?- insistió la mujer.
-Perdón. Es que estoy muy confundido. Me gustaría irme, pero... ¡No puedo salir! ¡Estoy atrapado porque hubo un derrumbe!
-No -dijo la mujer-. No estás atrapado, Dionisio.
-¡Sí que lo estoy! Y, un momento, ¡yo nunca le dije mi nombre!
-Dionisio -los ojos de la mujer volvían a refulgir en ese extraño fulgor-. Dionisio...
-¿Por qué repite mi nombre? ¿Por qué me mira así?
-Dionisio... -dijo la mujer avanzando junto con los guerreros-. Dionisio...
4
-Dionisio... ¡Despierta!
El chico abrió los ojos. Vio a su hermano inclinado sobre él, y cerca, al guía que lo miraba preocupado.
-¿Qué... Qué fue lo que pasó?
-Encontré al guía y le dije lo que había pasado -explicó su hermano-. Por suerte él conocía un segundo acceso y pudo sacarte de la cueva. ¡Estabas desmayado y decías cosas sin sentido!
Dionisio se incorporó. Estaba tendido sobre el pasto, a escasos metros de la gruta. Había curiosos alrededor que los observaban. Algunos sacaban fotos.
-Lo que hiciste es bien de inconsciente -dijo el guía-. No debiste entrar a esa parte de las grutas. ¡Estás vivo de casualidad! ¿Dónde están tus padres?
-Yo....vine con una persona mayor.
-¿Dónde está?
-¡No sé! -Dionisio miró hacia las grutas una vez más y recordó a la misteriosa mujer-. ¡Hay alguien más atrapado! ¡Es una mujer! ¡Estaba conmigo en la caverna!
-No había nadie ahí cuando entré -dijo el guía-. Solo estabas vos, semiinconsciente.
-¡Estoy seguro que había una mujer! ¡Dijo que se llamaba Darién!
-¿Darién? ¿Como la princesa indígena? –el guía frunció el ceño, pero luego sacudió la cabeza–. No es posible, seguro te golpeaste la cabeza y delirabas.
-Pero, juro que…
-Llamaré a Trinidad para que nos envíen una ambulancia- dijo el guía sin prestarle atención-. No se muevan de aquí, ¿está bien?
Sin decir más palabra, el guía se fue y dejó a los chicos solos. Dionisio se levantó y agarró a su hermano de la remera, arrastrándolo hacia la salida.
-¡El guía dijo que no debemos movernos!
-No creo que sea buena idea -aseguró Dionisio-. Si papá y mamá se llegan a enterar de lo que pasó, nos matan. Además... -se detuvo al palpar algo en su bolsillo. Lo sacó. Era un viejo pergamino enrollado. Recordó entonces lo que le había dicho Darién:
"Si realmente eres el indicado, sabrás qué hacer con esto..."
-¿Qué es eso?
-No sé -dijo Dionisio guardando el pergamino en su bolsillo-. Pero ya tendremos tiempo de averiguarlo... O al menos eso espero. Vení, salgamos de acá antes de que regrese el guía.
Corrieron hacia la camioneta y se encontraron con Vladimir y Victor, quienes discutían nerviosos. Al verlos, Vladimir se abalanzó sobre Dionisio y lo abrazó.
-¡Pudiste salir! ¿Cómo hiciste?
-Es una larga historia. ¿Qué pasó con las chicas?
-De eso hablábamos con mi hermano. ¡No sabíamos si esperar a los bomberos, o ir a ayudarlas!
-¿¡Llamaste a lo bomberos!?
-¡Claro! ¿A quién iba a llamar, sino? ¡Dijeron que iban a venir en unos minutos a rescatarte!
-Entonces salgamos rápido de acá -dijo Dionisio subiéndose al vehículo, y ordenando a su hermano mediante señas que hiciera lo mismo-. Las chicas pueden necesitar nuestra ayuda. Además, encontré… encontré algo en la cueva -agregó palpando el viejo pergamino a través de su bolsillo.
-¿Qué cosa?
-Prometo que en el camino voy a explicar todo. ¡En marcha!
El encuentro
CHAT GRUPAL:“EL MISTERIO DE CABO FRÍO
WENDY: Vladimir?
WENDY: Dionisio?
DIONISIO: Todo bien?
VLADIMIR: Por fin!
VLADIMIR: Dónde estaban?
DIONISIO: Estábamos preocupados!
DIONISIO: Estamos yendo hacia allá, tranqui!
WENDY: Hacia dónde?
DIONISIO: Hacia el Arequita!
ALICIA: No se preocupen
ALICIA: Ya pasó lo peor!
VLADIMIR: Pero, ¿qué pasó?
ALICIA: Tuvimos un problema con una bruja
VLADIMIR: Ehhh?
WENDY: No era una bruja ya te dije!
ALICIA: Y qué era entonces??
WENDY: No sé, algo!
ALICIA: Viste muy bien cómo la guía se convirtió en bruja y empezó a perseguirnos!
DIONISIO: No entiendo nada
VLADIMIR: Qué fue lo que pasó?
ALICIA: ¡Eso!
ALICIA: Que vimos a una mujer de unos 40 y pico de años que nos llevó a la gruta del Arequita
ALICIA: Después nos quedamos en la oscuridad, y la señora se transformó en una vieja horrible!
VLADIMIR: Uff
VLADIMIR: Qué locura!
DIONISIO: Pero ahora están bien??
WENDY: Síii En esa gruta pasó de todo. Hay cientos de murciélagos en una caverna, y antes se reunían sociedades secretas!
ALICIA: Además de todo eso vimos algo muy raro dentro de la cueva
ALICIA: Una roca se iluminó y quedó este dibujo!
ALICIA:
VLADIMIR: Qué significa eso?
WENDY: Todavía no lo sabemos!
VLADIMIR: Nosotros también tuvimos un viaje accidentado
VLADIMIR: Se derrumbó una zona de la gruta del Palacio y Dionisio quedó atrapado!
VLADIMIR: Por suerte un guardia lo rescató desde una segunda entrada
VLADIMIR: Pero pasó algo más...
VLADIMIR: Contales Dionisio!
DIONISIO: Vi algo también
DIONISIO: Como a una princesa indígena
DIONISIO: Que me dio un pergamino viejo
DIONISIO:
WENDY: Parece un mapa viejo de Montevideo!
DIONISIO: Sí, lo mismo pensamos nosotros
WENDY: Pero, qué significará todo esto?
WENDY: Hay muchas pistas y no entiendo nada!
DIONISIO: Voy a agregar a Salvador que parece que se dio cuenta de algo importante
Dionisio agregó a Salvador
ALICIA: Bienvenido Salva, qué es lo que descubriste?
SALVADOR: Recién mi Bro me mostró las imágenes. Qué tal si las superponemos?
WENDY: Cómo superponer?
DIONISIO: A ver déjenme un segundo que edito las imágenes
DIONISIO: Así miren!
DIONISIO:
WENDY: Igual no se entiende nada!
ALICIA: Para pará
ALICIA: Creo que lo tengo
ALICIA: La parte de abajo no indica como un castillo?
VLADIMIR: Sí o una torre de ajedrez
DIONISIO: Y qué tiene que ver?
ALICIA: Es que justo ahí no hay un castillo?
ALICIA: El castillo Pittamiglio o algo así?
WENDY: Es cierto! El año pasado lo visité con mis viejos, hay muchas historias como la de los alquimistas!
VLADIMIR: Entonces el triángulo está marcando lugares en el mapa!
WENDY: Los árboles pueden ser el parque Rivera
DIONISIO: Uy sí, el que es famoso por la leyenda de la llorona!
ALICIA: Y el otro vértice del triángulo es como un cuadro, no hay un museo ahí?
DIONISIO: Sí es cierto, el museo Blanes! Hay una leyenda sobre un cuadro embrujado, no me acuerdo cómo se llama
SALVADOR: El cuadro de Clarita! Recién lo busqué en el celu
SALVADOR:
ALICIA: Eso quiere decir una cosa, chicos
ALICIA: Sea quien sea que está detrás de todo esto, quiere que vayamos a estos lugares
VLADIMIR: Pero para qué?
ALICIA: No es obvio?
ALICIA: Para tener más pistas!
WENDY: Más pistas de qué? Ya me estoy mareando con tantas pistas!
DIONISIO: No sé, pero tenemos que ir
ALICIA: A dónde?
DIONISIO: A dónde va a ser? A los lugares que marca el mapa!
ALICIA: ¿Cuándo?
DIONISIO: Ahora!
ALICIA: Ahora? Estás loco?
ALICIA: Por qué no? Todavía estamos a tiempo
VLADIMIR: Yo opino lo mismo, quiero ir ahora
WENDY: Yo también!
ALICIA: Ufa es que quiero volver a casa. Además si Dionisio tuvo un accidente tal vez necesita descansar. Qué se yo…
DIONISIO: Estoy bien Ali, tenemos que ir. Dale!
ALICIA: Bueno ok, hago lo que decide la mayoría
DIONISIO: Vamos a tener que dividirnos otra vez
VLADIMIR: Si
ALICIA: Pero cómo decidimos quién va a cada lugar?
WENDY: Propongo algo!
WENDY: Hagamos un sorteo
WENDY: Yo tengo una app en el celular que hace sorteos online, es como cuando ponés unos nombres en una bolsa
WENDY: Miren
WENDY:
WENDY: Ahí cargué todos nuestros nombres
WENDY: Ahora que empiece el sorteo!
WENDY: Primero tenemos que decir qué localidad se va a sortear
ALICIA: Esperen. Yo no voy al parque Rivera ni loca. Si se me aparece la Llorona creo que me da un infarto
VLADIMIR: Tranqui Ali, vamos a ir en grupo de dos si contamos a mi hermano
VLADIMIR: No vas a estar sola!
DIONISIO: Empecemos por el castillo Pitamiglio mejor
WENDY: Ok
WENDY: La app está sorteando
WENDY:
WENDY: Ya tengo el primer nombre!
WENDY:
DIONISIO: Yo quería ir al Blanes, pero bueno
WENDY: Segundo nombre para el Pittamiglio:
WENDY:
WENDY: Yo jaja
ALICIA: Ay Dios mío. Tengo un 33,333% de probabilidades de que me toque la llorona! ya veo que me toca.
VLADIMIR: Ahora sorteá el museo
WENDY: Ahí va
WENDY: Primer nombre para el museo Blanes:
WENDY:
ALICIA: 50%!!! Ay Dios ay Dios
WENDY: Segundo nombre para el Blanes:
WENDY:
WENDY: Zafaste amiga!
ALICIA: Síiiiii
DIONISIO: Quedan entonces mi hermano y Viktor para el parque Rivera
WENDY: Pero Salva, no te va a dar miedo ir ahí?
SALVADOR: Miedo? Me encanta, yo rezaba para ir a ver a la Llorona!
DIONISIO: No lo conocés a mi hermano, está loco
VLADIMIR: Viktor lo va a cuidar
VLADIMIR: Eso espero 😀
VLADIMIR: Todavía no sabe nada que vamos a Montevideo, cuando le diga nos mata!
WENDY: Chicos les falta mucho para llegar?
VLADIMIR: Estamos a unas dos horas
WENDY: Bueno nosotras mientras tanto nos vamos en ómnibus hasta Montevideo
VLADIMIR: Ok
WENDY: Dionisio, te espero en la entrada del Pittamiglio
DIONISIO: Como usted ordene, mi señora
ALICIA: Y yo espero a Vladimir en la entrada del Blanes
VLADIMIR: Ok
WENDY: En un par de horas nos vemos!
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