Wendy y Vladimir van en busca de pistas. El mágico bosque muestra sus secretos. El gran ombú trae recuerdos: hermosos. dolorosos, de seres muy amados… Volvemos al pasado para poder avanzar y descubrir nuevos lugares de nuestro país, en este nuevo episodio de “Misterio de Cabo Frío”.
Wendy
1
CHAT ENTRE WENDY Y ALICIA
ALICIA: Amiga
ALICIA: Ya llegaron?
ALICIA: Dónde estás?
WENDY: Si
WENDY: Ya llegamos
WENDY: Estamos en el Monte de ombúes
ALICIA: Me estaba preocupando
ALICIA: Cómo es?
WENDY: Como es qué?
ALICIA: El famoso monte de ombúes
WENDY: Ah es un lugar tranquilo
WENDY: Los árboles dan un poco de miedo jaja
ALICIA: Está Vladimir con vos?
WENDY: No
ALICIA: Como que no?
WENDY: Nos separamos
ALICIA: Queeeee?
WENDY: Pensamos que era lo mejor
WENDY: Si vamos a encontrar algo acá, aunque la verdad lo dudo mucho, era mejor que nos separásemos
WENDY: Él agarró la dirección del sur, y yo la del norte
ALICIA: O sea que ahora estás sola?
ALICIA: No tenés miedo de perderte?
WENDY: Estoy siguiendo la orilla
WENDY: Es imposible perderse
ALICIA: Ves algo?
WENDY: Solo árboles
WENDY: Ya caminé como un kilómetro
WENDY: Pero no encontré nada raro
WENDY: Siento que esto es una pérdida de tiempo
WENDY: No tiene sentido venir acá por un mensaje en el espejo!
ALICIA: Y no
ALICIA: Es raro la verdad
WENDY: A ver esperá
ALICIA: Qué?
WENDY: Estoy viendo algo
WENDY: Es un árbol gigante!
WENDY: Sobresale de los demás y se ve desde lejos
WENDY: Voy a ir hasta allá
ALICIA: Tené cuidado
WENDY: No te preocupes no me va a pasar nada
2
El lugar era fresco, el arroyo serpenteaba a su lado y de vez en cuando saltaban algunos peces. La sensación que transmitía el lugar era de paz y de serenidad.
Wendy caminó durante un buen trecho hasta llegar al gran ombú que había visto desde la orilla. Su copa sobresalía entre las de los demás árboles como la cabeza de un gigante.
Luego de unos minutos de caminata, llegó al árbol grande y se detuvo a examinarlo. El tronco era grueso; pensó que si fuera hueco alguien podría vivir allí. Las ramas, nudosas y largas, se entrelazaban sobre su cabeza hasta una altura que parecía llegar hasta el cielo.
Sintió que algo poderoso emanaba de ese árbol, algo tan antiguo como la humanidad misma. Las pesadas ramas se sacudieron bajo una brisa repentina, y a Wendy le pareció que el árbol le susurraba su nombre:
Wendy…
Pero, ¡qué tontería! Los árboles no podían hablar; eso correspondía a los libros de fantasía al estilo de El señor de los Anillos, o Harry Potter.
Sin embargo, la voz volvió a alzarse a través de la brisa y el crepitar de las hojas:
Wendy…
Tardó unos segundos en darse cuenta de que no era el árbol quien le hablaba. Sino alguien que estaba a sus espaldas, una voz que por algún motivo le resultaba conocida…
3
Con el corazón de repente desbocado, Wendy se dio vuelta hacia el origen de la voz; sin embargo, lo que vio no fue a un sujeto peligroso como había imaginado. Tampoco vio el monte, ni el arroyo. De alguna forma, ella ya no estaba en el bosque de ombúes, sino en otro lugar, un sitio que le resultó entrañablemente conocido: la casa de su abuela Amanda.
Estaba en el viejo porche de madera, y ella volvía a ser una niña de siete u ocho años. Pero, ¿cómo era posible? Si Wendy segundos atrás había estado en el monte de ombúes. ¿Qué era lo que había pasado?
Recordó lo que había dicho Dionisio, sobre esa leyenda que aseguraba que en el monte de ombúes a veces uno era transportado a un recuerdo lejano. ¿Sería real, después de todo?
Estaba por irse rápido del lugar, cuando una figura emergió desde la casa. Al verla, Wendy sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas: era su abuela Amanda, quien había muerto cinco años atrás; no había noche en que la adolescente no llorara por su ausencia.
-¿Abuela? -dijo con la voz temblorosa por la emoción.
La mujer alzó el rostro, y Wendy ya no tuvo dudas de que era ella. Su abuela Amanda. La mujer que le había enseñado los secretos del bosque y de los mares. La que le había hablado de las estrellas, los buenos libros y las grandes luchas del hombre. Wendy se abalanzó sobre ella y la colmó de besos y de lágrimas, mientras su abuela la miraba entre sonriente y sorprendida.
-Pero, ¿qué te está pasando, nena?
-Es que… -la volvió a observar, como para asegurarse una última vez que era ella. Su abuela tenía puesto un vestido sencillo, una cofia en la cabeza y zapatos negros. Su perfume era inconfundible, y sus manos estaban manchadas de harina blanca, como si acabara de amasar fideos-. Nada -terminó por decir.
-Te vi pensativa y triste. ¿En qué estabas pensando?
-No sé. Solo que… no sé. Estoy muy confundida…- Wendy estiró sus brazos y se sorprendió al ver que eran los de una niña.
-No te preocupes, corazón, todos tenemos esos momentos de confusión alguna vez -su abuela le sonrió, y Wendy deseó guardar el recuerdo de su sonrisa hasta el resto de sus días. Ver a su abuela sonreír era sinónimo de paz, de risas, de complicidad-. Pero sos muy pequeña para preocuparte. Ya vas a tener tiempo de eso cuando seas grande.
-Es que-… Wendy se detuvo a pensar lo que iba a decir. Sabía que aquella conversación podía ser muy importante. Pensó en lo vivido en los últimos tiempos: no solo en lo del baño de la escuela, sino también en sus propios cambios, sus pensamientos, o cómo a veces le parecía ir a contramano del mundo. Desde la muerte de su abuela ella se sentía sola, y al pensarlo sintió que unas lágrimas calientes asomaban por la comisura de sus ojos-. Son tiempos difíciles. Eso es todo -resumió.
Su abuela la miró sorprendida durante unos segundos, y luego lanzó una risotada.
-¡Pues claro que lo son! Todos los tiempos siempre han sido difíciles, algunos más que otros. Sobre todo para las personas como nosotras. Mirá, te voy a contar una historia: seguramente habrás escuchado hablar de ese lugar llamado “la tumba del negro”, ¿no?
-¡Sí! En Parque Meireles, en Canelones. Una compañera vivía ahí con su familia. Vi fotos. ¡Es un lugar hermoso!
-Sabrás entonces que es como un ojo de agua, en donde hay una roca alta que la gente usa de trampolín -su abuela pareció recordar de repente algo y agregó:- “La tumba del negro”. Es un lugar hermoso… pero también peligroso. ¿Sabés por qué se llama así?
-No -reconoció Wendy.
-Te voy a contar. Pero prometeme que no le vas a decir a tu mamá, porque a ella no le gusta que se hablen de estas cosas.
-Lo prometo, abuela.
Entonces su abuela, su amada abuela que había revivido por obra y gracia de aquel recuerdo lejano y casi olvidado, le contó la historia más asombrosa que Wendy había escuchado jamás.
4
Dijo que hace mucho tiempo, en el siglo diecinueve, la esclavitud no solo no estaba mal vista, sino que era motivo de comercio y mucha gente ganaba dinero traficando esclavos desde África. En la zona de Toledo, en especial, se había armado una especie de ruta comercial de esclavos, en donde los terratenientes llevaban de un lado a otro a los africanos para que trabajaran en las cosechas.
-Por lo general, los esclavos eran supervisados por un hombre blanco- dijo su abuela, quien se había sentado sobre una silla de mimbre y miraba pensativa hacia el horizonte- Y éste los maltrataba y les daba azotes si lo consideraba necesario.
En la época en que sucedió la historia, agregó, había un supervisor que disfrutaba de torturar a los esclavos. Tenía un largo látigo, hecho de cuero trenzado, que era el terror de sus subordinados, porque provocaba heridas muy dolorosas y marcas en la piel.
Sin embargo, llegó cierta vez desde las lejanías de África un esclavo en particular, que era rebelde y no obedecía las órdenes de sus amos. El supervisor se cansó de golpearlo con su látigo, pero el esclavo siempre volvía a desafiarlo, y hasta había intentado escapar en varias ocasiones.
-Terminaron por ponerle cadenas -dijo su abuela con amargura-. Pesadas y gruesas cadenas en sus pies y manos.
Pues el hombre no se doblegaba, e insistía con ganar su libertad.
Uno de esos días, durante un traslado de un campo a otro, una de las esclavas dijo algo que no le gustó al supervisor, o quizás lo miró durante demasiado tiempo, o quizás caminaba demasiado lento para su gusto. Lo cierto es que el supervisor comenzó a azotarla, y la pobre mujer, ya exhausta luego de tantos meses de maltrato, cayó al suelo y pidió piedad. Pero el supervisor era un hombre que no se conmovía ante las súplicas, por el contrario, lo enfurecían aún más, por lo que arreció en su castigo. Fue tanto el castigo infligido, que la mujer se desmayó, y aun así el supervisor siguió dándole latigazos. Entonces fue que el esclavo rebelde, ya harto y enfurecido con su actitud, se le acercó por detrás y lo ahorcó con sus propias cadenas.
Luego de este acto, el esclavo huyó hacia el monte, contó la abuela de Wendy. Los esclavistas, rápidamente enterados del asesinato del supervisor, organizaron una búsqueda con hombres y perros y muy pronto lograron hallar el rastro del rebelde. El africano se vio arrinconado, y llegó a esa misma roca desde donde hoy los chicos se zambullen a las aguas.
-Ya no tenía escapatoria -dijo Amanda-. Solo quedaba una cosa por hacer.
El esclavo decidió arrojarse al agua, contó la viejita con tristeza. Y ya no volvió a emerger; las cadenas eran demasiado pesadas y él ya estaba demasiado débil para nadar.
-Desde ese entonces, el lugar es conocido como “La tumba del negro” -concluyó su abuela-. Se dice que si uno se zambulle bien hondo, puede escuchar el ruido de las cadenas del esclavo. Pero nunca hace daño, porque él era un hombre bueno, y prefirió morir antes que verse encadenado. Él prefirió la libertad y la dignidad, porque… bueno, sabía que una vida de cadenas no es vida.
-Pero, abuela, ¡es una historia muy triste! ¡Y termina mal!
-Claro que es una historia triste -asintió su abuela-. Pero no termina tan mal como creés. Al final, ganó el esclavo. Él nunca se dejó someter. Es una historia que habla sobre la libertad. Y sobre cómo a veces el mundo es cruel e injusto, pero hay que hacerle frente con dignidad y valentía. ¿Entendés?
-Creo que sí.
-Además -su abuela se inclinó hacia ella, y Wendy pudo verle sus arrugas y sus ojos acuosos y levemente cansados-. No te dije lo más emocionante.
-¿Qué?
-Ese negro es nuestro antepasado. Fue padre de mi padre, o sea que es tu tatarabuelo.
-¡¿De verdad?! -se entusiasmó Wendy.
Su abuela asintió.
-Así es. Nosotros llevamos la sangre de la rebeldía en nuestras venas, nuestras ansias por ser libres y no dejarnos oprimir jamás. No olvides eso, Wendy. Cuando te sientas triste, o sola, o derrotada, recordá la historia de la tumba del negro. Siempre hay que luchar por lo que uno cree. Y mucho más si hay una injusticia de por medio…
-Así lo voy a hacer, abuela -dijo Wendy, que tenía los ojos llorosos otra vez, porque intuía que el recuerdo estaba por terminar-. Así lo voy a hacer, siempre…
-Y una cosa más nietita linda… - esta vez la mirada de la anciana pareció encenderse como las brasas de un fogón en la medianoche-. No es casual este encuentro, ¿sabés? Estoy aquí porque tu corazón me llamó, y tengo algo para decirte. Algo que es muy importante.
-¿Qué, abuela?
-Palacio…
-¿Palacio? ¿Qué palacio, abuela?
La imagen de su abuela se difuminaba, se perdía en el aire. Al igual que su voz, que parecía venir desde muy lejos:
-Palacio… Tenés que ir al palacio…
-¿Al palacio de dónde? -Wendy rebuscó desesperadamente en su memoria: ¿El Palacio Salvo? ¿El Uruguay? ¿El palacio legislativo? ¿A qué se refería?- ¡Tenés que darme más pistas, abuela!
-Palacio… -decía la figura de su abuela, cada vez más borrosa- ...ir al Palacio…
-¡No te vayas! ¡No te vayas, abuela!
Pero los gritos de Wendy eran inútiles: de repente volvió a encontrarse en el monte de ombúes, rodeada de árboles centenarios y silenciosos.
La chica, muy apenada porque el recuerdo de su abuela había terminado, se limpió las lágrimas con la palma de sus manos e inició el camino de regreso. Sin embargo, se detuvo una última vez para observar al enorme ombú bajo cuya copa ella había viajado al pasado para encontrarse con una de las personas que más amaba en el mundo.
-Gracias -dijo, simplemente.
Se alejó pensando en las últimas palabras de su abuela:
“Palacio… tenés que ir al Palacio...”
¿Qué podía significar eso?
Negó con la cabeza y fue al encuentro de Vladimir, que la aguardaba a la orilla del canal, ya montado sobre el kayak.
Como descubriría pronto, él también tenía una historia fascinante para contar…
Capítulo 2: Desenlace
Ni Wendy ni Vladimir hablaron mucho durante el viaje de regreso. Ambos remaban el kayak en silencio, cada uno sumergido en sus propios pensamientos. Cuando Vladimir le preguntó si había visto algo, Wendy se encogió de hombros y desvió la mirada.
-Solo encontré unos cuantos sapos. Ah, y un pato o algo así. ¿Vos?
-Nada -dijo Vladimir, también esquivando el tema.
Media hora después, llegaron al punto de partida, donde Alicia, Dionisio y Salvador los aguardaban ansiosos:
-¿Vieron algo?
-Se demoraron mucho. ¡Estábamos preocupados!
-¿Cómo era el lugar?
Luego de bajarse del kayak, Vladimir describió con palabras algo exageradas el sitio que acababan de visitar, deteniéndose en cómo aquellos árboles centenarios parecían abrazarlo como si fueran grandes dedos. Wendy, a su vez, dijo que el monte parecía un lugar tan viejo como la Tierra misma, cargado de misticismo y sabiduría.
-Misticismo, ¡wow! Qué palabra -dijo Salvador, a quien el término le hacía un poco de gracia, más que nada porque ignoraba su significado.
-Y además… -comenzó Wendy, pero luego tuvo que morderse la lengua para no seguir hablando.
Pero ya era tarde, con esas palabras había despertado la curiosidad de los otros chicos.
-Además, ¿qué? Vamos, ¡contá todo!
-Es que… no sé realmente qué ocurrió. Me siento algo confusa…
-Podés confiar en nosotros -la alentó Alicia, dándole una palmada amistosa en el hombro-. ¡Cualquier dato es bueno para saber qué fue lo que viste en el baño!
Y entonces Wendy, aún dudosa, contó lo que había visto en el monte de ombúes, su visión del árbol grande y aquel “viaje en el tiempo” que la había llevado al pasado, donde había visto a su abuela ya muerta.
Una vez que terminó de contar, los otros quedaron un rato en silencio.
-Impresionante -dijo al cabo de un tiempo Dionisio-. La verdad, no sé qué pensar.
-Yo tampoco -intervino Salvador, quien seguía tomando mate a pesar de que el agua ya se había enfriado-. Es como que Wendy… viajó al pasado o algo así. Como en la película “Volver al futuro”. Solo que usó un árbol en vez del DeLorean.
-¿Cómo es que sabés tanto sobre esa película vieja? -se sorprendió su hermano.
-Es que… ¡soy fanático de las películas de los ochenta! La mejor época que hubo para el terror y la ciencia ficción.
Vladimir se había quedado mirando extrañado a Wendy.
-Tu historia es impresionante, pero, ¿por qué no me dijiste nada?
-Porque todavía no termino de entender qué fue lo que pasó. No sé si fue real, o…
-Aunque no me creas… ¡me pasó exactamente lo mismo! -la interrumpió Vladimir-. Me daba vergüenza decirlo, tenía miedo de que me dijeras que estaba loco. Porque vi y escuché cosas...
A continuación, y alentado por los otros chicos, contó su propia experiencia. Él también había visto aquel ombú gigantesco, y al acercarse, fue como si saltara dentro de su mente, en un vertiginoso viaje al pasado. Ahí, volvió a ver su abuelo, quien le contó una vieja historia de ajedrez que lo ayudó a superar el bullying. Al final, agregó, mientras el recuerdo se desvanecía, su abuelo le dijo unas palabras, aunque él no comprendió su significado.
-¿Qué dijo? -se interesó Wendy.
-Dijo… Arequita.
-¿Arequita?
-Eso mismo. Dijo que tenía que ir al Arequita.
-Me llama la atención, porque… mi abuela también me dijo algo, que tampoco comprendí. Dijo que debía ir al “Palacio”. Pero no sé exactamente cuál.
-¿Será una nueva pista?
-¿Una pista de qué?
-No sé -dudó Vladimir-. Siento que alguien o algo nos quiere decir algo. Primero fue la pista del espejo, ahora la pista del monte de ombúes. Acá hay algo realmente muy raro.
-Son grutas -dijo de repente Dionisio.
Los cuatro amigos se dieron vuelta hacia él.
-¿El qué? -pestañeó confundido Vladimir.
-Arequita es un cerro en donde hay grutas- explicó Dionisio, siempre experto en cuestiones de geografía-. Y el “palacio” no es tal, sino la “gruta del palacio”. Creo que debemos ir hasta allí.
-Pero, ¡es muy lejos! -protestó Alicia-. ¡Arequita está como a dos o tres horas de viaje, y la gruta del Palacio aun más todavía!
-Yo puedo decirle a mi hermano que nos lleve -propuso Vladimir-. Él tiene auto, y además me debe un favor.
-¿Qué favor?
Vladimir mostró una enigmática sonrisa.
-Cosas de hermanos.
-Pero, ¿y qué le decimos a nuestros padres? -Alicia se mostraba preocupada porque su madre era bastante controladora.
-Que vamos a una excursión del liceo, o algo así -propuso Dionisio. Si salimos mañana, regresaremos al atardecer. Solo será un día, y además, ¡tampoco vamos al Himalaya!
-No vamos a llegar a visitar los dos lugares en un mismo día- Alicia negaba con la cabeza-. Creo que deberíamos hacer dos grupos.
-Yo voy con vos a la gruta del Palacio -dijo Wendy de inmediato-. Podemos ir en ómnibus. Será una aventura exclusivamente de chicas. ¿Qué te parece?
-¡Sí, me encanta!
-Y bueno, a nosotros nos toca el viaje más largo, pero creo que es justo, ya que vamos en automóvil -dijo Vladimir, encogiéndose de hombros.
Los chicos terminaron convencidos y satisfechos. Todos se mostraban entusiasmados ante aquella aventura, que los alejaba de la aburrida rutina del pueblo.
Sin embargo, mientras emprendían el regreso a casa, Salvador, siempre agudo en sus pensamientos pese a su corta edad, dijo que no entendía algo.
-¿Qué cosa? -preguntó su hermano mayor.
El niño señaló a Vladimir y a Wendy, quienes de repente parecían pensativos y melancólicos, quizás pensando en la experiencia que acababan de vivir.
-Ambos vieron a ese árbol gigantesco, al mismo tiempo. ¿Cómo fue que no se encontraron?
Los otros chicos se miraron. No se les había ocurrido aquella pregunta. Intentaron encontrarle la lógica, pero no pudieron. Salvador tenía razón: tanto Vladimir como Wendy habían estado en el mismo lugar, al mismo tiempo, pero sin embargo no se habían visto el uno al otro.
Sin dudas estaban viviendo algo muy misterioso, e incluso fantástico, que de momento no tenía explicación.
¿Qué otras sorpresas los aguardarían al día siguiente?
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